Hambre y hacinamiento en el sur

AutorIsaín Mandujano

TUXTLA GUTIÉRREZ, CHIS.- Hacinados, desesperados, hambrientos, sin dinero, acechados por enfermedades y exigiendo su libertad para regresar a casa o para que los dejen continuar hacia el norte, miles de migrantes centroamericanos y de otros países llevan semanas encerrados en albergues y estaciones migratorias donde, a diferencia de otros éxodos, aumenta la presencia de niños y adolescentes.

Nery Rodríguez, de 45 años, fue interceptado por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) el lunes 8. Lo detuvieron junto a sus hijos Jai-ro Orlando, de 17 años, y Nery Emmanuel, de cuatro. Atrás, en San Pedro Sula, Honduras, dejó a su esposa con otros dos hijos.

Ellos habían resistido a la extrema pobreza, las pandillas criminales y la crisis agudizada por la pandemia. Sin embargo, lo que los empujó a migrar fue la destrucción causada por las tormentas tropicales Iota y Eta.

Nery dice que prefiere ver a sus hijos sufrir en este viaje hacia Estados Unidos que verlos crecer y padecer hambre en Honduras. Confiesa que su mayor temor es que sus hijos sean reclutados por las pandillas que se disputan calle a calle en cada pueblo hondureño. En su país de origen sólo les esperan las drogas o el homicidio.

Nery tiene 16 días en las instalaciones del INM, durmiendo junto a cientos de migrantes de diversos países que esperan que se resuelva su situación. "Los hondureños no tenemos miedo, porque si regresamos, de todos modos podemos morir. Así que más vale morir en el intento de buscar una vida mejor".

Hasta el miércoles 24, en la Estación Migratoria de El Cupapé, en Tuxtla Gutiérrez, Nery aún no sabía si iba a ser deportado o el gobierno de México le daría la oportunidad de solicitar refugio.

De 31 años, Arminda Vázquez y Vázquez salió de San Pedro Pinola, Guatemala, con su hija de siete años y sus sobrinos de 16 y 17 años. No obstante, no sabe nada de ellos porque cuando el INM los detuvo, a ella la separaron.

Llorando, desesperada, Arminda dice que no tiene manera de comunicarse con su madre para decirle que sus sobrinos le fueron arrebatados por agentes mexicanos de migración.

De Islas de la Bahía, Honduras, Nelson Javier Figueroa viene huyendo no por haber cometido un delito, sino porque los pandilleros de su país lo sentenciaron a muerte por no pagar extorsión. Ahora viaja hacia Estados Unidos con su pequeño de 11 años. Su hijo mayor se tuvo que quedar con sus abuelos en Honduras.

Nelson asegura que para él es una sentencia de muerte regresar a su...

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