La Guerra de Reforma durante la presidencia de Miramón (1859-1860)

AutorMarta Eugenia García Ugarte
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Miramón tomó posesión como presidente sustituto el 2 de febrero de 1859. Se
trataba, señalaba, de un sacrificio que estaba dispuesto a hacer por el bien de la
patria. Prometió que solo estaría en el puesto, el tiempo que fuera “absoluta-
mente preciso para remover los obstáculos que se presentan para llevar a cabo
la reconquista del primer puerto de la República”.2306
Después de pedir la protección divina en la Basílica de Guadalupe, el 6
de febrero, Miramón fue obsequiado con un banquete que se ofreció en el
Colegio de Minería. Ignacio Aguilar y Marocho, quien se encontraba entre la
concurrencia de 126 personas “de lo más granado del partido conservador”,
dirigió la palabra “al presidente en nombre de los demás”. Los hombres reunidos
con el presidente, diría Aguilar y Marocho, “eran los que en tiempos calami-
tosos de prueba han sostenido con constancia los sanos principios”. También
destacaba que la “Divina Providencia había colocado la suerte de la República
en las manos de un solo hombre”. Elogiaba la destreza militar del hombre co-
locado en la primera magistratura, “que bastarían quizá para restablecer la paz
en el vasto territorio mexicano”. Pero añadía, que esperaba que sumara a esa
destreza militar “el talento administrativo, a que apenas llega, si acaso, el hom-
bre en la edad provecta…” Le recomendaba que siguiera una conducta “sabia y
prudente en el delicado predicamento que guarda nuestra sociedad” y que es-
cuchara consejo sin aislarse en su propio círculo de poder. De hacerlo así, con-
servaría el apoyo moral que le prestaba la opinión pública.2307 En una palabra,
Aguilar y Marocho defendía la postura de los conservadores reunidos para ese
festejo y demandaba al presidente que escuchara las voces autorizadas de los
que tenían más experiencia que él. De acuerdo con Vigil, la segunda parte del
discurso de Aguilar y Marocho, “expresaba en estilo optativo una especie de
2306 Miguel Miramón a los mexicanos, desde Chapultepec, el 2 de febrero de 1859. Ibero, FZ,
Caja 4, Documento 1369.
2307 José M. Vigil, op. cit., p. 355.
CAPÍ TULO X
La Guerra de Reforma durante la presidencia
de Miramón (1859-1860)
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programa político, en que se consignaban las generalidades de refrenar la au-
dacia de los malvados, proteger la industria y las artes, mantener la causa del
catolicismo, defender la independencia, etc. etc.”2308
Miramón integró su gabinete el 14 de febrero: Manuel Díez de Bonilla en
Relaciones, Teófilo Marín en Gobernación, Manuel L arrainzar en Justicia,
Octaviano Muñoz Ledo en Fomento, general Severo del Castillo en Guerra y
Gabriel Sagaseta en Hacienda. Para muchos, los conservadores habían librado
bien la coyuntura política que los había puesto al borde del fin. La salida que
se había dado a los acontecimientos tenía molestos a los puros y al general
Echeagaray en desgracia.2309 De igual manera, las pretensiones políticas de
Robles y Miramón generaron una profunda inestabilidad en el seno del go-
bierno conservador. Las divisiones internas de los militares, auspiciada por
la pugna establecida entre los dos presidentes de facto, debilitarían las cam-
pañas. En otro orden, la publicación de las leyes de reforma y el reconoci-
miento del gobierno norteamericano al juarista, el 6 de abril de 1859, y el
envío de su primer ministro plenipotenciario ante el gobierno constitucional,
Robert M. McLane, tuvieron un fuerte impacto en el ánimo de los conserva-
dores y en Miramón. Como consecuencia, a pesar del apoyo de la Iglesia,
siempre constante, y de las estrategias militares del presidente, el triunfo
conservador ya no aparecía claro como en 1858. La tropa se había desmora-
lizado, la falta de recursos se volvió agobiante y la confianza de la población
se empezó a minar ante los abusos de algunos militares. Esa serie de factores,
sumados a las derrotas de septiembre de 1860, ponían en evidencia, sin lugar
a dudas, que el triunfo estaba muy distante.
El padre Miranda, el gran gestor del cambio político de 1858-1859, con la
inteligencia que lo distinguía, percibió la derrota con anticipación suficiente para
dejar el país y ponerse a salvo, aun cuando sus dirigidos se quedaran amarrados
a un trágico fin. El padre Miranda no es una figura agradable. Era un hombre
de fuertes pasiones, cuyos amores y odios políticos se traducían en guerras intes-
tinas. No obstante sus deficiencias personales, era el hombre esencial de la Iglesia
y de los conservadores. La posición no era fortuita. Se la había ganado día a día,
por su capacidad política y organizativa, demostrada en 1856 y en 1858, y por
2308 Ibid.
2309 En 1862 el general Miguel M. Echeagaray se unió a los liberales para luchar contra la
intervención francesa y, posteriormente, contra el Imperio. Sustituyó al general Uraga cuando
defeccionó a favor del Imperio. El general Arteaga se negó a quedar subordinado a un general que
había militado en la reacción. Echeagaray, con inteligencia, cedió el mando del ejército del Centro
al general Arteaga. José María Iglesias, Revistas históricas sobre la intervención francesa en México,
México, Editorial Porrúa, 1987, pp. 489-470. También en Diciccionario Porrúa, de Historia Bio-
grafía y Geografía de México, op. cit., p. 1140.
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su defensa firme y tenaz de los valores eclesiales y católicos. Sobre todo, por su
deseo persistente de destruir a los liberales para impulsar un sistema de gobierno
que respetara a la Iglesia y le devolviera las posiciones políticas, sociales y econó-
micas que disfrutaba antes del triunfo del Plan de Ayutla.
También es cierto, como se ha indicado en el capítulo anterior, que el obis-
po Labastida había dirigido, desde Roma, las propuestas revolucionarias que el
padre Miranda llevaba a cabo en México en 1856. También en 1858-1859
había fraguado con Robles Pezuela, en La Habana, el golpe de Estado de los
conservadores contra Zuloaga. No obstante, el padre Miranda, quien debía
obediencia a Labastida porque era el obispo de Puebla, la diócesis a la que él
pertenecía, no era una simple marioneta de los deseos del obispo. Seguía las
instrucciones, indudablemente, pero las circunstancias, analizadas por sí mis-
mo, lo llevaban a introducir modificaciones. De manera que el resultado final
de sus gestiones posiblemente no eran las esperadas por el obispo Labastida.
Esas diferencias fueron evidentes durante la etapa de la intervención france-
sa en 1861-1862. En ese entonces, Labastida Gutiérrez de Estrada y Miranda
estaban convencido de que había que inventar un jefe que sumara a las fuerzas
conservadores y utilizara al ejército francés como un apoyo fundamental para
llevar a cabo su proyecto de nación. Ante su fracaso, porque los conservadores que
seguían a Zuloaga desconocieron al jefe elegido por Miranda, Almonte, porque su
primer candidato, Robles Pezuela, había muerto, la campaña militar en contra
de los liberales en Puebla se efectuó solo por el ejército francés. Descubrió, ade-
más, que ese había sido el propósito de la Francia desde un principio. Así que,
después de la derrota de Puebla en 1862, sabía que la historia tipificaría a los
conservadores como traidores. Ese juicio era el que había querido evitar con el
nombramiento de Almonte. En la depresión profunda que tenía por el error co-
metido, por él, y por Labastida y Gutiérrez de Estrada que habían aceptado que
el protegido de Napoleón III llegara a México como el enlace mexicano de la
expedición francesa, se exiló voluntariamente del país y dejó de reconocer la au-
toridad del obispo Labastida. En ese acto, de desconocimiento de su ordinario,
dejó de ser el “hombre” en México cuando se llevó a cabo el proyecto monárquico
que venían soñando algunos hombres del partido conservador desde 1850.
Miramón, como lo tenía previsto, decidió hacer la campaña contra Vera-
cruz, en donde, desde el 4 de mayo de 1858, radicaba el gobierno de Benito
Juárez. Como correspondía, por el arreglo político que habían hecho, J. I.
Anievas comunicó a Zuloaga, como presidente interino, la decisión del susti-
tuto.2310 Al día siguiente, 12 de febrero, Anievas fue más preciso al pedirle a
2310 J.I. Anievas a Zuloaga, desde México, el 11 de febrero de 1859. Ibero, FZ, Caja 4, Docu-
mento 1232.

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