Gordillo, en prisión privilegiada

AutorSonia del Valle y Abel Barajas

Elba Esther Gordillo tiene 362 días recluida y no ha pisado una celda.

Son las siete de la mañana, Elba Esther Gordillo se incorpora, es hora del pase de lista y su medicina. Ha pasado la noche en una cama clínica de posiciones múltiples con barandales, en una habitación individual de la torre médica del penal de Tepepan.

Toma una ducha en su regadera privada, se viste con ropa deportiva rosa, a veces beige o amarillo claro estampado con flores, calza unos cómodos flats Salvatore Ferragamo y se coloca, como todos los días, la bata hospitalaria blanca que amarra a la cintura.

A esa hora ya ha llegado su desayuno.

Los alimentos, según refiere su familia, son prescritos por el médico de cabecera Jesús Walliser, nefrólogo del Hospital Ángeles del Pedregal.

En los primeros días de su detención, el chef particular de Gordillo, Félix Arriaga, preparaba los alimentos; lo había hecho durante años con un sueldo de 60 mil pesos mensuales que salían de las arcas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).

Tras la captura, el sindicato recortó sus gastos, entre ellos el salario del chef, el chofer y ayudantes, por lo que ahora los alimentos se preparan en casa de su hija Maricruz Montelongo, casada con Fernando González Sánchez, ex subsecretario de Educación Básica.

Todos los días, desde el Club de Golf Bosques de Santa Fe, un mensajero en una moto negra con caja de repartidor de pizza cruza tres veces la ciudad para llevar a Gordillo sus alimentos en tupper wares, resguardados en un contenedor que los preserva calientes hasta Tepepan.

Para llegar a su habitación, el mensajero sube dos pisos por elevador, cruza una reja, se registra en un

escritorio y camina hasta el final de un pasillo de 15 metros, con paredes pintadas mitad de rojo y mitad beige.

Pasa por una sala de internamiento con varias camas que pueden observarse desde el exterior.

Al final, de su lado derecho, está la puerta roja de La Maestra con una ventanita cuadrada.

Al abrirla, el visitante observa de frente un juego de cortinas beige del piso al techo, puestas en diciembre; el muro izquierdo, sobre el que descansa el respaldo de la cama, en realidad es un vidrio grueso con una mica opaca parecida a la ventana de una cámara antiasaltos, que permite el paso de la luz pero impide ver al exterior.

Gordillo come en los mismos tuppers, con cubiertos de plástico, los cuales lava y vuelve a usar más tarde o al otro día. Los menús cambian cada semana, según lo dispone el médico, pero se trata sobre todo de comida baja en grasa, avena, fruta, pescado, salmón, espaguetti, ensalada y agua Fiji.

Tiene una mesa rodable con la que acerca los alimentos sobre su cama. Termina y acude al lavabo que está afuera de su baño.

Durante la mañana, por lo general recibe la visita de una de sus hijas, Maricruz, quien pasa largas horas con ella, o de personas relacionadas con el juicio.

Después de comer, lee en un sillón reposet colocado a un lado de la cama, y espera a que llegue su entrenadora personal de yoga y meditación, dos actividades que desde septiembre realiza cada tercer día. Diario hace una "caminata" en la habitación que le ayuda a mantener en forma sus articulaciones.

Las autoridades dicen que la práctica de yoga le ha ayudado a controlar el cuadro ansioso depresivo desarrollado por el encierro.

En su cuarto, de 3 por 5 metros, además de una maceta, el reposet y un calefactor, tiene una maleta y algunos libros de Osho como Amor, libertad y soledad, Aprender a silenciar la mente, y El gran desafío, o de historia como la Trilogía Escipión de Santiago Posteguillo. Cuando no lee, dibuja.

No hay radio, no hay televisión, no hay periódicos. A veces le llevan revistas.

Su interacción con las reclusas es limitada, pero no por ello ha dejado de ser espléndida: a las internas que dan a luz en la...

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