Germán Martínez Cázares. Redefiniendo el Servicio Público

AutorGerardo Laveaga
Páginas10-12

Page 11

Germán Martínez Cázares es, a no dudarlo, el miembro del gabinete presidencial más afín a Felipe Calderón. No por pertenecer a la misma generación -su jefe le lleva apenas cinco años-, por haber estudiado derecho o ser oriundo de Michoacán. Tampoco por haber sido diputado federal, panista de raigambre o editorialista de un diario de circulación nacional. La afinidad hay que buscarla en la mezcla de dos rasgos que rara vez se encuentran juntos en un político: inteligencia y pasión.

Cuando uno conversa con el actual Secretario de la Función Pública; cuando escucha su discreto tono de voz; cuando le observa entrecruzar los dedos y reflexionar sobre el tema que se discute, difícilmente podría imaginar que está frente al incendiario activista que suele expresar lo que piensa y siente, sin preocuparse de quién pueda salir lastimado.

¿O no lo vimos así como representante del PAN ante el IFE, primero defendiendo el triunfo de Vicente Fox y, seis años más tarde, el de Felipe Calderón? ¿No fuimos testigos de su oratoria fogosa, llena de florilegios barrocos, en el estilo de los tribunos del siglo XIX? ¿No constatamos su indignación rebosante, el rostro inflamado, el movimiento tajante de sus brazos?

Sin embargo, en corto, Martínez Cázares es abrumadoramente frío: cerebral. Le entusiasma la música de Shostakovich y la poesía de Ana Ajmátova, pero ello no lo aparta del análisis riguroso de la realidad. Se da tiempo para estudiar a Hannah Arendt y cavilar sobre la filosofía de Wittgenstein, sin que esto le impida formular diagnósticos descarnados, a partir de una visión de costos y beneficios. Está pendiente de quién recibirá el Premio Nóbel de Literatura el próximo mes de octubre (le gustaría Mario Vargas Llosa, pero apuesta a que será Ismaíl Kadaré), pero ello no lo distrae de la enorme responsabilidad que se echó a cuestas: prometer la articulación de un servicio de carrera.

Sabe (¿o quizás deba decir siente?) cuándo es preciso bajar la voz y cuándo es conveniente alzarla. Al decidir esto último, da la impresión de que la idea que tanto tardó en fraguar, los conceptos que armó y pulió con esmero, acaban por apoderarse de él, por poseerlo de modo incontenible, por dominarlo. Quizás por lo mismo, entre los personajes de la Historia que admira, se encuentren hombres tan distintos -y tan semejantes- como Cristóbal Colón, José Vasconcelos y otros cuyo éxito consistió, precisamente, en mezclar inteligencia y pasión.

"La sociedad tiene razón...

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