Germán Dehesa / Globalifilia II

AutorGermán Dehesa

Tú y yo, lectora lector querido, sabemos de esas tardes interminables y pastosas en las que no pasa nada. También nos ha tocado vivir algunas tardes sobrepobladas de emociones; tardes que te arrollan, te hacen pasar y repasar todos los climas de tu alma, toman por asalto tus sentidos y, al anochecer, te dejan exhausto y te abandonan en la banqueta de la luna.

El viernes 17 de junio, la vida me otorgó una amplia dosis de esas intensas y doradas "horas de junio" de las que habla Carlos Pellicer. Era la tarde transparente y azul, eran mis anfitriones Mónica y René Aziz con sus cuatro hijos que manifestaban a las claras que saben y saben muy bien que son hijos del amor, aunque alguno estuviera disfrazado de personaje intergaláctico y era el Bucles con su cartelito delictivo y también eran una amabilísima gaviota que cedió y manejó su camionetón convertido en transporte escolar y Mariana "La Maza" Dehesa Christlieb y la Rubia Misteriosa, tan luminosa como su hija Allana, quien de tantos modos es también mi hija. Todos éstos dedicamos un buen tiempo a ver las hermosas y prolijas maquetas (al verlas, yo no dejaba de pensar en Royce, el zafadísimo inglés que quería hacer una maqueta de Londres tamaño natural).

El globo descendió y llegó nuestro turno. Me gustaría decir que enfrentamos peligros gravísimos, pero no fue así. Fue una ascensión tersa, tranquila, amorosa. De pronto, la mirada, como hubiera querido Royce, abarcó la Ciudad completa. La realidad nos obsequió un instantáneo José María Velasco. Me cuentan que en ese globo ya viajó una intrépida pareja que se declaró su amor, intercambiaron el simbólico anillo y bebieron champaña. A esto se le llama mal de altura, aunque en este caso fue un vivífico y hasta deseable mal de altura.

Todavía faltaba lo más enternecedor y emocionante. La hermosa Mónica Aziz, a nombre de los que trabajamos por Chapultepec, me regaló una campanita de plata cuyo mango está formado por un populoso árbol de la vida. Frente a obsequios así, tan cargados de gratitud, de gratuidad y de vida, las palabras se agotan y el alma zozobra en pura emoción. Como no estaba en capacidad de decir nada, no se me ocurrió mejor cosa que darle un beso a René Aziz, quien lo recibió con similar contento.

Luego fuimos a la Feria y, dentro de ella, mi participación se limitó a conocer a dos belugas que son unas miniballenas blancas que podrían ser el resultado del matrimonio...

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