Gaceta del Ángel / Globalifilia I

AutorGermán Dehesa

Por fin le he encontrado un uso al voquible acuñado hasta donde yo sé por Ernesto Zedillo que, en un luminoso día, despertó con ganas de enriquecer el español y nos despachó sin parpadear dos palabras horrorosas: globalifilia y globalifobia.

Dicho esto, paso a comunicarles que el pasado viernes experimenté un intenso ataque de globalifilia cuyas fases intentaré detallar en esta crónica de un ascenso anunciado. En el plan original, la expedición zarparía a las cinco de la tarde, pero todo tuvo que ser modificado por el tormentón, las aguas de marzo en junio, que el jueves se abatió sobre la Ciudad. Mi fantasiosa mente, alimentada además por los maternales pánicos, produjo la vívida imagen de un intrépido padre (iba yo a añadir "con la cabellera al viento", pero percibo que decir esto sería una excesiva licencia poética) que asciende en globo rodeado por un ensortijado infante y un numeroso y dudoso grupo de minitruhanes que han sido encomendados a su custodia. En el momento de la máxima ascensión, así lo imaginé con nitidez, los tormentosos vientos comienzan a remecer el frágil globo, los niños gritan, un rayo cae seco sobre el inflable artilugio que consecuentemente estalla y cual modernos Juanes Escutia los moconetes se precipitan al vacío y se enzapotan en diversos puntos del renovado Chapultepec. Todo esto imaginé y por eso, adelanté a las tres de la tarde la hora de salida. El Bucles y sus secuaces fueron advertidos de que tenían que llevar ropa impermeable, calzones de asbesto, capotes amarillos de pescador nórdico y, muy en particular, su escapulario verde que, según mi madre, tiene poder hasta para detener balas. Yo mismo me embarqué convertido en un anuncio de Emulsión de Scott. Así avanzamos rumbo al verde bosque.

Casi una hora invertimos en llegar a la tierra prometida, en este caso "México Mágico" en la Tercera Sección del Bosque. Cuando desembarcamos, todos los niños estaban jaspeados en verde, cercanísimos al colapso y a la deshidratación. Esperábamos tormenta y lo que recibimos fue un aniquilante sol macizo y seco que dejó a todas las tiernas almas al borde de un térmico shock. Para esto, ya todos se habían despojado de sus numerosas prendas propias para desafiar las embravecidas aguas del Báltico y parecían playeritos de Acapulco. Nada que un generoso helado de limón no pudiera remediar. Cumplida esta fase de recuperación...

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