Farmacárteles; narcos se modernizan

Laura SánchezSAN DIEGO, EU., febrero 16 (EL UNIVERSAL).- Aaron sintió un golpe en el pecho. Dolió. Con las manos apretó su musculoso torso como tratando de aquietar los acelerados latidos de su corazón. Unos instantes después sus mejillas redondas se ennegrecieron. Vio hacia arriba, hacia abajo; ansioso lanzó una mirada circular, pero no alcanzó a decir nada. Tendido boca arriba, en el sillón de una lujosa residencia en San Diego, la respiración se le entrecortó y despacio se desvaneció.

Aquel 9 octubre, a Aaron Rubin, un estudiante de 23 años, lo zangolotearon. Le golpearon el pecho; sacudieron su gran cuerpo de lado a lado, pero no pasó nada. Pasaba el tiempo, sin que nadie sospechara que con cada tic tac a Aaron se le atrofiaba un órgano distinto del cuerpo. Tic tac, parálisis en las piernas. Tic: el primer derrame cerebral; tac: el segundo.

Ese domingo de 2005 sufrió un ataque al corazón, los pulmones se le paralizaron, provocándole dos paros cerebrales que lo dejarían en coma y más tarde en estado vegetativo. Fue una sobredosis de “drogas legales”: oxicodona e hidrocodona, analgésicos derivados del opio, adquiridos ilegalmente en Tijuana, en la frontera norte de México.

Fiestas de fármacos

Primera fotografía: un joven musculoso viste la camiseta del equipo de futbol americano, acompañado de varias porristas. Segunda fotografía: lanza con su brazo fortachón un balón de futbol americano al cielo.

Frente a ellas, una mujer llamada Sherrie Rubin se acomoda los cabellos amarillos que le caen en la cara y se quita delicadamente unos anteojos. Se acerca tanto, que pareciese que quiere meterse en las fotografías. Se tapa los ojos y entre sus dedos escurren lágrimas silenciosas.“Ese es mi hijo Aaron”, apunta y entonces advierte que es el mismo que veremos: un hombre que medía casi dos metros, de brazos marcados, pectorales alzados y hombros pronunciados.

—“¡Di hola!”, dice Sherry con la sonrisa congelada.

Entonces aparece Aaron sentado en una silla de ruedas. Pesará unos 50 kilos; la cara y el cuello son delgados; casi no tiene cabello y las coyunturas de los huesos se pronuncian con el pasar del tiempo, dejando al descubierto su languidez. Lanza unos balbuceos y su mirada se clava.

Después de la sobredosis, Aaron se convirtió en uno de los 5 millones de estadounidenses adictos contabilizados en el reciente Censo Nacional de Uso de Drogas y Salud (NSDUH) a la “epidemia de los opioides”.

El abuso de analgésicos altamente adictivos, como la oxicodona y la hidrocodona, recetados para dolores intensos o pacientes...

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