Cómo fabricar un 'líder' de Los Zetas

AutorErnesto Núñez

Cuando tres policías intentaron detenerlo afuera de la discoteca Mandala de Cancún, Héctor usó toda su fuerza para zafarse de ellos. Acababa de comerse un hot dog en la calle acompañado de su amigo Maximiliano, y se disponía a regresar a la fiesta.

Dentro del Mandala, Héctor se dio cuenta de que Maximiliano no había podido escapar y decidió salir a buscarlo.

-¿Por qué quieren detenernos? -preguntó a los policías.

-Es una revisión de rutina. Si no traen nada, los soltamos -respondió un agente.

Maximiliano ya estaba a bordo de una patrulla modelo Avenger y Héctor tuvo que subirse a ella.

Eran las 3:30 de la madrugada del sábado 16 de marzo de 2013. Fue la última vez que Héctor pisó la calle en libertad.

Año y medio después, Héctor Manuel Casique Fernández está en la cárcel. La Procuraduría de Justicia de Quintana Roo lo acusa de pertenecer a Los Zetas y lo involucra en el asesinato de siete personas ocurrido días antes de su detención en un bar llamado La Sirenita, en la zona popular de Cancún. La prensa local lo apoda El Diablo.

Héctor cumplirá 28 años en febrero próximo. De niño fue campeón de Tae Kwon Do. A los 20 años fue policía municipal en Benito Juárez, Cancún. Se especializó en artes marciales, defensa personal y manejo de armas. Tras cinco años de servicio, se retiró de la corporación y montó su propio negocio como instructor en acondicionamiento físico y protección de personas. Eventualmente, laboraba como escolta al servicio del gobierno estatal. En los días en que fue detenido, estaba negociando su ingreso a la Policía Judicial del estado.

Después de su arresto, Héctor sufrió todo el catálogo de castigos físicos y psicológicos contenido en la Convención de la ONU contra la Tortura: golpes, toques eléctricos, asfixia, aislamiento, abuso sexual. Fue obligado a declarar en esas condiciones para inculparse en el multihomicidio y contribuir a que las autoridades fabricaran la captura de un peligroso líder de Los Zetas.

Algunos de los policías con los que convivió, algunos de sus alumnos en cursos de defensa personal y manejo de armas, fueron sus torturadores.

Su caso está siendo investigado por la CNDH, Amnistía Internacional y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

· · ·

Héctor y Max fueron trasladados a las instalaciones de la Policía Turística de Cancún, a cinco minutos del Mandala; en el trayecto, fueron vigilados por dos policías municipales que apuntaban sus armas hacia ellos.

En la Policía Turística, los colocaron detrás de la patrulla y revisaron sus bolsillos en busca de drogas.

-Ahorita se van -les dijo un policía municipal al no encontrarles nada.

Pero en ese momento llegó un policía judicial de Quintana Roo, quien ordenó meterlos a los separos. Antes de ingresar, los policías le quitaron a Héctor su teléfono celular, una cadena de oro, las llaves de un auto y 22 mil pesos en efectivo que le acababa de pagar una persona a la que le vendió una moto.

Estuvo 20 minutos en los separos, luego lo sacaron y lo subieron a otra patrulla, junto con su amigo Max.

El segundo traslado duró 20 minutos hasta la base de la Policía Municipal, donde les hicieron una revisión médica. Ahí, el doctor Joel Mezquita Pérez certificó, a las 5:20 horas, que ninguno de los dos presentaba lesiones. Héctor y Max fueron subidos, otra vez, a una patrulla, para regresar a las instalaciones de la Policía Turística, en la zona hotelera.

Un agente al que todos llamaban Nambo los recibió y los llevó a las oficinas del Ministerio Público que tiene ahí la Procuraduría General de Justicia de Quintana Roo.

Luego de dos horas, fueron presentados ante el comandante Ernesto Santees Hernández y otro agente que sólo se identificó como Rafael. Los judiciales le pidieron a Héctor 40 mil pesos para dejarlo libre. Eran las 12 del día, y decidió llamar a una amiga de nombre Karla, con quien había estado la noche anterior en el Mandala.

-Necesito que vengas al Ministerio Público de la zona hotelera y me traigas quince mil pesos, dos playeras y diez desayunos sencillos. Me van a sacar de aquí -le dijo Héctor, según la declaración que hizo Karla al Ministerio Público.

Después de la llamada, lo llevaron a la oficina principal de la Procuraduría.

Ahí vio a varios policías judiciales a los que conocía; algunos habían sido sus alumnos en los cursos de defensa personal y manejo de armas que él daba desde 2011, cuando abandonó las filas de la Policía Municipal. Otros habían sido sus compañeros de trabajo en labores de custodia en eventos públicos del gobernador Roberto Borge. Héctor participó con ellos como ayudante del Estado Mayor Presidencial en eventos importantes, como la visita que realizó a Cancún el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, en junio de 2011.

Uno de los judiciales a los que Héctor reconoció era Manuel Borges Ricalde, comandante de homicidios.

-¿Sabe qué, viejo?, ya valió madre -le dijo el comandante mientras caminaban por un pasillo para entrar a las oficinas de la Procuraduría.

-¿Cómo que ya valió madre? -preguntó Héctor.

-Discúlpame, pero ahora estás bajo mis huevos -le dijo Borges.

Héctor conocía a todos los que estaban en ese cuarto y pensó que se trataba de una prueba de ingreso a la Policía Judicial.

"Yo ya sabía que ellos son unos pasados de lanza y las torturas a las que someten a la gente. Pero yo pensé que era una broma, una novatada, porque se supone que yo iba a ingresar a la Policía Judicial", recuerda Casique en una entrevista realizada en julio pasado ante personal de Amnistía Internacional.

Unos meses antes, Héctor había negociado la compra de una plaza con el director de la Policía Judicial del estado, Arturo Olivares Mendiola, a quien le adelantó 75 mil pesos de los 150 mil que le costaría la incorporación como primer comandante de la PJ.

"Yo compré una plaza, pagué la mitad. Mendiola era mi íntimo amigo, nos íbamos a comer camarones, yo le daba cursos a sus escoltas; cuando les llegó el nuevo armamento, en enero de 2012, fuimos y probamos el nuevo armamento, y dimos cursos con el nuevo armamento.

"Yo le di a él 75 mil pesos para que me diera la plaza de primer comandante; él me dijo que de primer comandante no se iba a poder, pero que iba a ser jefe de sus escoltas. Y yo dije 'ya está'. Pero pasó el tiempo y nunca pasó nada. Y cuando nos hicimos de palabras y lo amenacé con acusarlo con el procurador y con el subprocurador, como él sabía la relación que yo tenía con ellos, se paniqueó...", relata Casique en su testimonio ante Amnistía Internacional

Casique cree que el problema que tuvo con Olivares Mendiola es la causa de que lo detuvieran, de que lo involucraran en un caso de homicidio, de que lo acusaran de pertenecer a Los Zetas y del tormento al que fue sometido.

Dentro de la oficina, los judiciales colocaron a Héctor volteado a la pared, le agarraron las manos por detrás, le sujetaron las muñecas y los brazos con una venda y luego le pusieron unas esposas. Lo obligaron a hincarse y le colocaron una venda gruesa en la cabeza, tapándole los ojos. Unos minutos después, lo pararon para girarlo y quedar de frente a ellos, y le ordenaron que se volviera a hincar. Él preguntó por qué.

En ese momento comenzó la tortura.

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El primer golpe que recibió fue una patada en la parte de atrás de la pierna derecha, que lo hizo caer al piso, hincado, frente a sus agresores.

-¿No que muchos huevos? -le gritó uno de los judiciales.

Después le dieron un segundo golpe, a dos manos, a manera de aplauso sobre sus oídos, que lo aturdió.

"Yo en mi cabeza decía 'es una prueba de los judiciales, es una mala broma de Mendiola, de Manuel, una novatada'; yo dije 'ahorita se acaba'. Eso era lo que me mantenía tranquilo; pensé: 'me van a meter unas cachetadas y ahí queda'; pensé que era una broma, pero la broma se empezó a poner más difícil...", recuerda Héctor en su relato a Amnistía.

Seis veces se repitió ese doble golpe contra sus orejas, seco, contundente.

Aturdido, Héctor alcanzó a escuchar que le dijeron: "tenemos un problema, y tú te lo vas a comer".

-A partir de ahorita tú eres Zeta -le explicó uno de sus agresores.

Le colocaron una bolsa de plástico en la cabeza y le golpearon la espalda y el tórax para sacarle el aire y obligarlo a tratar de inhalar dentro de la bolsa un oxígeno inexistente. La desesperación provocada por la asfixia lo hacía moverse y sacudir el cuerpo, mientras sus agresores lo sujetaban con fuerza con la bolsa apretándole el cuello. Luego lo soltaban, lo dejaban respirar unos segundos y, otra vez, el doble golpe seco sobre los oídos.

A esas horas llegó a la agencia del Ministerio Público la amiga de Héctor, con 7 mil de los 15 mil pesos que le había pedido, y los desayunos.

Mientras esperaba a ser atendida, en la recepción de la agencia, Karla escuchó la voz de Héctor, proveniente de una de las oficinas.

-¡No me peguen! -gritaba.

"Se escuchaba como si estuvieran azotando una tabla", se asienta en la...

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