Las escuelas de derecho en el ojo del huracán

AutorÁngel M. Junquera Sepúlveda
CargoDirector
Páginas1-1
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El Mundo del Abogado
LAS ESCUELAS DE DERECHO
EN EL OJO DEL HURACÁN
A
raíz del suicidio de una
estudiante de la carrera de
Derecho en una univer-
sidad de la Ciudad de México, se
han suscitado diversas protestas
de estudiantes, así como andana-
das de críticas en las redes socia-
les, dado que la muerte de esta
joven se atribuyó al estrés que le
provocaba ese centro de estudios.
Un suicidio constituye siempre
una tragedia. Representa un suce-
so que nos obliga a reflexionar en
torno a aquello en lo que hemos
fallado como sociedad y que con-
duce a una persona a quitarse la
vida. El suicidio, decía Durkheim,
es un indicador de qué tan sana
es una comunidad.
Sin pasar por alto el dolor de
familiares y amigos, es preciso
preguntarnos qué lecciones de-
ben sacar las escuelas de Derecho
—y quizás todas las escuelas que
imparten educación universita-
ria— de esta tragedia. Ante todo,
hay que destacar que un suicidio
nunca tiene una sola causa: es
resultado de factores biológicos,
familiares y sociales. Atribuirlo a
una sola causa sería frívolo. Peor
aún: irresponsable.
En segundo lugar, hay que
admitir que el caso que nos ocupa
ha generado polarización: algunos
reconocen que las protestas y de-
nuncias de los estudiantes cons-
tituyen actos de valentía por alzar
la voz contra la indiferencia de la
universidad hacia la salud mental
de sus alumnos. Otros ven en las
quejas de estos jóvenes a un grupo
poco tolerante a la frustración que,
desde una posición privilegiada, se
victimiza y busca rehuir el esfuerzo
y disciplina. “Generación de cristal”,
la motejan unos. “Mártires de Star-
burcks”, dicen otros.
Si bien la universidad no pue-
de ser señalada como la única
responsable de la tragedia —
insisto—, es preciso preguntarnos
qué pudo o qué puede hacer la
institución. El estrés que genera
estudiar en una escuela de exce-
lencia académica es innegable.
Pero, hasta cierto punto, inevita-
ble. Es una situación similar a la
que se enfrentan los deportistas
de alto rendimiento, quienes
aspiran a ser los mejores, romper
nuevas marcas y lograr competir
algún día en las olimpiadas. Al
igual que estos deportistas, los
estudiantes de alto rendimiento
deben de estar mentalizados para
dar lo mejor de sí bajo presión,
en un ambiente extremadamen-
te competitivo, sabiendo que el
camino que tendrán que recorrer
será uno de mucho esfuerzo, disci-
plina y sacrificio.
Las universidades, sin embar-
go, deben revisar sus políticas de
admisión y verificar que quienes
aspiran a ingresar cumplan con
ciertos requisitos. También deben
revisar el contenido de sus pro-
gramas de estudio que, confor-
me pasan los semestres, suelen
permanecer estáticos, indiferentes
e insensibles a los cambios por los
que atraviesan la sociedad y las
nuevas generaciones. La sensa-
ción de aprender cosas inútiles
—o útiles solo para justificar los
honorarios de quienes las ense-
ñan— tiene costos muy altos.
Las universidades tendrán
que evitar, asimismo, los abusos
por parte de los docentes con los
alumnos. Hay que establecer cribas
para admitir profesores, evaluarlos y
calificarlos constante y minuciosa-
mente, a efecto de que cuenten no
sólo con el conocimiento, expe-
riencia y habilidades técnicas para
dar clases, sino que, además, sean
empáticos y respetuosos en las au-
las. Muchos catedráticos pretenden
aliviar sus propios traumas humi-
llando a los jóvenes.
El reto al que se enfrentan
las escuelas de Derecho y las
universidades del país entero es
llegar a entender y definir cuál es
su responsabilidad de cara a la
construcción de una mejor socie-
dad. Entender que la excelencia
profesional y el esfuerzo no tienen
por qué estar reñidos con el res-
peto y protección a la integridad
psicoemocional de los alumnos.
Inculcar en los jóvenes la cultura
del esfuerzo, partiendo siempre
del respeto hacia ellos, significa
reconocer el gran potencial que
tienen como generación para su-
perar los retos que se vislumbran
en el horizonte.
Ángel M. Junquera Sepúlveda
Director

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