Escritura de la memoria invencible

AutorRoberto Ponce

Veintinueve años transcurrieron desde el feminicidio de su hermana menor Liliana -estudiante de arquitectura en la UAM Azcapotzalco, quien en ese verano aún no cumplía 21- para que la escritora Cristina Rivera Garza regresara a la Ciudad de México en pos de recuperar, con su acompañante Sorais, el expediente legal del crimen en la Procuraduría de la Ciudad de México.

Le aclaro [a Sorais] que hace unas tres semanas, en un viaje previo a la capital, John Gibler, el periodista, me ayudó a empezar el proceso para encontrar el expediente de mi hermana (...) Luego de una revisión de los periódicos de la época, John encontró la noticia justo como apareció en La Prensa. Luego logró contactar a Tomás Rojas Madrid, el periodista de la nota roja que escribió una serie de cuatro artículos en un tono que, sorpresivamente, evitaba el amarillismo y la espectacularidad.

Con El invencible verano de Liliana, recién publicado por Literatura Random House, la también traductora y crítica Cristina Rivera Garza vuelve a sus lectores vía una historia verdadera, personal y, a la vez, polifónica, tras sus recientes Au-tobiografía del algodón (Literatura Random House, 2020) y Grieving. Dispatches from a Woman Country (The Feminist Press, 2020).

Asimismo, Cristina Rivera Garza regresa guiándonos cual Dante en su Com-media desde el capítulo "Azcapotzalco", para desatar mil y un cabos; sólo que ella lo hace exactamente a "29 años, tres meses y dos días" de aquella madrugada fatal del lunes 16 de julio de 1990. Ese femini-cida (identificado como Ángel, por alguna época novio de Liliana en Toluca, donde lo conoció por 1984, golpeador celoso quien la acechaba afuera de la UAM-A, "un tipo con no muy buenos antecedentes", según la policía confirmó al periodista de La Prensa), quebró el cristal del cuarto donde ella dormía en la calle de Mimosas para matarla. Leamos a la autora, que intercala el clamor del performance-canción "Un violador en tu camino", del grupo feminista chileno Las Tesis:

¿Sabes que la primera vez que hablé a la procuraduría para pedir una audiencia me preguntaron, a rajatabla, qué buscaba? (...) Busco el expediente, dije, tartamudeando. (...) Entonces me di cuenta, en el transcurso de esa llamada, de lo poco que pedía. (...) Tragué saliva. Busco justicia, dije finalmente. Y lo repetí otra vez, convirtiéndome en eco de tantas otras voces. Lo repetí una vez más, ahora con mayor firmeza, con absoluta claridad. El Estado opresor es un macho violador. Busco justicia. Y la culpa no era de ella/ ni de dónde estaba/ ni cómo vestía...

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