Epílogo

AutorMarta Eugenia García Ugarte
Páginas1549-1574
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Las relaciones Estado-Iglesia, del siglo XIX al XXI han estado en la mira. Los
historiadores, básicamente, pero también los juristas, los politólogos y los
economistas, han vuelto sus ojos a esta relación que parece tener, en el trans-
curso de los tiempos, un trasfondo oculto de negociación. Aun en las épocas
que han sido consideradas como más armónicas, como fue la de 1825 a 1850,
había conflictos y desavenencias que terminaban en revueltas y levantamientos
militares estimulados por el clero para derogar las disposiciones que sentían
iban en contra de sus principios. Durante ese periodo, tanto el Estado como
la Iglesia luchaban por su autonomía y libertad. El Estado, además, se esfor-
zaba por constituirse como la institución rectora de la sociedad y de los dife-
rentes grupos sociales que la componía. En ese empeño, era evidente que care-
cía de la fortaleza necesaria para constituirse como la institución política por
excelencia. Su influencia era controlada y reducida por la serie de actividades
que desarrollaba la Iglesia en el ámbito público y social: la educación, el regis-
tro de los actos fundamentales de la vida, el nacimiento, la opción de vida, la
muerte y, en el colmo, disponía de amplios recursos económicos de los que
carecía el Estado. En otro orden, el poder político, representado formal e ins-
titucionalmente por el Estado, había recaído, como bien señalara William B.
Taylor, “en su asociación con la Iglesia y en una ideología religiosa que tenía
el potencial para oponerse, así como para apoyar a dicho poder”.4118
La vinculación del poder político con el religioso durante el virreinato, que
fortaleció a la Iglesia mientras desdibujaba al Estado, se convirtió en una pe-
sada carga para los políticos, civiles y militares, que a lo largo del siglo XIX se
esforzaron por separar ambas instancias a fin de que emergiera con toda niti-
dez el poder del Estado. El clero, que participaba en los grupos de decisión
4118 William B. Taylor, Ministros de lo sagrado, México, El Colegio de Michoacán, Secretaría
de Gobernación, El Colegio de México, dos volúmenes, 1999, p. 20.
Epílogo
1550 ––––– MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
política, al igual que los militares y los civiles, al menos hasta el triunfo del
plan de Ayutla, aceptaba la necesidad de hacer reformas sociales y políticas,
cuestión que estaba implícita al adoptar el país el sistema republicano y demo-
crático. Pero no cedían un ápice en todo lo referente al papel que habían desem-
peñado en la vida social, religiosa y económica. La oposición del clero a los
intentos reformistas, que arrastraba a los católicos en sus diversos composicio-
nes de clase y condición civil, se fue adecuando a las propuestas de los políticos
que, desde las primeras épocas del siglo XIX, buscaron reformar la tradicional
relación entre el poder político y religioso.
En ese contexto, en un primer momento, el clero se opuso tanto a que el
gobierno mexicano asumiera el patronato real que habían disfrutado los reyes de
España, porque suponía poner a la Iglesia bajo la sujeción del Estado, como a
la definición de la tolerancia religiosa que implicaría, por la presencia de otros
credos, mermar la influencia del clero en la sociedad y, por ende, la base social
en que descasaba su poder religioso. La Iglesia se negaba a todo cambio que
significara el trastocamiento de los principios de autoridad y jerarquía que ha-
bían sido delegados a ella por su fundador. En esos términos, la sociedad religio-
sa negaba a la sociedad política la facultad de desconocer a la Iglesia su supre-
macía sobre el Estado.4119 Llama la atención, sin embargo, que a pesar de las
enseñanzas pontificias de Pío VIII (1829-1830) y de Gregorio XVI (1831-
1846) que vinculaban la defensa de la Iglesia con la defensa del cristianismo y
de la religión verdadera, los obispos mexicanos, los primeros seis nombrados en
1831, sostuvieran una postura más moderna con respecto a la independencia
del Estado aun cuando sin proclamar de forma abierta la independencia de am-
bas instituciones para no enfrentar al Pontífice. Un ejemplo claro de esa postu-
ra es la sostenida por Juan Cayetano Gómez de Portugal, el obispo de Michoacán
designado en 1831, abordado en el primer tomo de la obra. Las posiciones del
obispo Portugal se alejaban rotundamente de los pastores novohispanos de 1810
a 1812, que habían sostenido la doctrina pontificia durante la lucha indepen-
dentista. Entonces consideraron que los rebeldes que seguían a Hidalgo y Mo-
relos, atentaban contra Dios, la religión y el soberano, considerados como un
todo indisoluble. Bajo ese recurso se les aplicó la máxima pena de la Iglesia, la
excomunión.4120 En cambio, los políticos civiles estaban convencidos de que el
Estado era la Institución que garantizaba el uso de las libertades, como la “fuen-
4119 Lamennais sostuvo que al ser la Iglesia “la única fuente de toda autoridad y de toda cer-
teza, es necesario que los Estados se sometan a ella, que lo temporal sea sometido de nuevo a es-
piritual. En su obra Ensayo sobre la indiferencia en materia de religión (1817), citado por Jaques
Droz, Europa: Restauración y R evolución 1815-1848, México, Siglo XXI Editores, 1974, p. 7.
4120 Marta Eugenia García Ugarte, “La jerarquía católica y el movimiento independentista en
México”, en Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez Gómez, editores, Visiones y revisiones de la

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