Los ejércitos: características militares

AutorDaniel C. Santander - Martha B. Loyo
Páginas43-77
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El Ejército Federal
esde aquel trágico mes de febrero de 1913, el ejército se convirtió en la piedra an-
gular del Estado. El general Huerta pronto comprendió que en su mayor fuerza
también se hallaba su mayor peligro, y no tardó en ascender al grado inmediato a
todos aquellos compañeros de armas que apoyaron el golpe. A la par de los cambios
políticos y sociales que ocurrirían con el inicio del gobierno huertista, los viejos ge-
nerales porfiristas fueron relevados progresivamente por una nueva generación de
militares que pugnaba por la profesionalización de su institución. Así, se completó
un relevo generacional que comenzó un proyecto modernizador que —a tan solo un
año— terminó fracasando tras consumarse su derrota en el campo de batalla de la
ciudad de Zacatecas, cuando el eco del Antiguo Régimen sonó por última ocasión.
Los estudios sobre el huertismo y el Ejército Federal distan mucho de ser sa-
tisfactorios1. La tendencia historiográfica de englobar a todos aquellos hombres
que participaron en el movimiento huertista, denominándolos como “la reacción”,
presenta serias deficiencias y frena la formulación de nuevas perspectivas históri-
cas. Lo cierto es que conocemos muy poco acerca de aquellos que conjugaron este
movimiento, que si bien se inició bajo el resguardo de un golpe militar y mantuvo
una política pública agresiva, fue visto por muchos de sus adeptos —como Querido
Moheno y Nemesio García Naranjo— como el mejor camino a seguir para la nación.
Los ejércitos: características militares
D
II
Pruebas de artillería del Ejército
Federal en 1914 ©37832.
CONACULTA.INAH.SINAFO.
FN.MÉXICO.
Zacatecas: La Batalla de la Victoria
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Para comprender al huertismo es necesario señalar que no se trató de un movi-
miento homogéneo desde el origen; fue una alianza de grupos antagónicos al made-
rismo que incluyó a militares, reyistas, felicistas, clases medias, oligarquías locales,
empresarios, intelectuales, alto clero y extranjeros.2 Aunque en una primera etapa
Victoriano Huerta tuvo que mediar entre los intereses de estos grupos, intentando
mantener una apariencia de legitimidad,3 poco a poco fue consolidando su hegemo-
nía a través de las fuerzas armadas. Por ello, podemos dividir al huertismo en dos
etapas: la primera que comprende de febrero a octubre de 1913, cuando consuma el
golpe de Estado, y la segunda que termina un año después, el 15 de julio, al presen-
tar su renuncia como presidente interino de la República mexicana.
En la primera etapa, Huerta intentó conciliar los intereses de los diversos gru-
pos que lo habían llevado al poder. En el caso del ejército, garantizó un ascenso
inmediato a todos los militares que secundaron la caída de Madero,4 que además de
generar un avance en el escalafón, incrementó sus ingresos económicos al igual que
sus propias aspiraciones políticas. “De poco más del centenar de generales en todas
sus variantes que heredó del maderismo, para mayo de 1914 la cifra casi se duplicó.”5
Paralelamente, la política del gobierno estadounidense, que había apoyado la caí-
da de Madero, cambió radicalmente. El nuevo presidente —Woodrow Wilson— no
sólo desaprobó la intervención de su embajador en México, sino que abiertamente
se negó a reconocer oficialmente al régimen golpista. El gobierno estadounidense
prohibió la venta de armas y municiones a los dos bandos y comenzó a presionar a
Huerta para que llamara a elecciones, según se había establecido en el Pacto de la
Ciudadela.
El drástico viraje de la política estadounidense, la resistencia militar revolucio-
naria, la falta de apoyo económico de la oligarquía y la oposición de ciertos grupos
al interior del gobierno fueron definiendo un movimiento propiamente huertista.
Así, comenzó un proceso de depuración política que poco a poco eliminó a los cabe-
cillas opositores de todos los sectores por diferentes medios. Los generales Manuel
Mondragón y Félix Díaz, dirigentes golpistas de 1913, fueron comisionados al ex-
tranjero los días 26 de junio y 17 de julio respectivamente, cortando así su influencia
política y militar. Rodolfo Reyes,6 por su parte, fue obligado a renunciar a su cargo
de secretario de Justicia el 11 de septiembre. Sin embargo, el caso más emblemático
en este proceso contra la oposición fue el del senador Belisario Domínguez, quien
murió asesinado el día 7 de octubre de 1913.7 Su muerte y la posterior disolución del
Congreso concretaron el golpe de Estado en México.
A partir de este momento, Huerta tomó el control total del gobierno y colocó
en el gabinete, en el congreso, en las gubernaturas de los estados y en las jefaturas
de operaciones militares a hombres de su entera confianza. Con ello, el huertismo se
instauró como “una alternativa diferente a los dos caminos conocidos [Revolución
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y Porfiriato] que tomaba algo de cada uno de ellos: el orden, es decir, el autoritaris-
mo y la centralización porfirianos, y el reconocimiento y atención de los problemas
sociales que aquejaban al país.”8 El despacho más importante del nuevo proyecto
fue el de secretario de Guerra y Marina, ocupado por el general Aurelio Blanquet,9
cuyo caso ejemplifica los movimientos políticos dentro de las fuerzas armadas en
este periodo.10
En los diecisiete meses que duró esta administración, no sólo se incrementaron
los contingentes de las fuerzas regulares, pues al ponerse en práctica la 2da Reserva
del Ejército, el militarismo se intentó llevar a varios niveles de la sociedad mexica-
na.11 Así, maestros de centros educativos y servidores públicos adquirieron un rango
dentro del escalafón castrense. Por ejemplo, el rector de la Universidad Nacional
—el maestro Ezequiel A. Chávez— quien contribuyó en gran medida al proyecto
educativo de Justo Sierra,12 de la noche a la mañana se vio investido como general
de las fuerzas irregulares.13
De esta manera, al concretarse el golpe militar se intentó implementar un pro-
yecto modernizador de las fuerzas armadas. La reducción de tamaño y presupuesto
a la que habían sido sujetas las fuerzas armadas durante los periodos porfirista y
maderista,14 pronto fue revertida por una política diametralmente opuesta. Según
cálculos realizados en diversos estudios,15 el ejército que en febrero de 1913 conta-
bilizaba aproximadamente treinta mil efectivos pasó a sumar cerca de ochenta mil a
mediados de 1914. No obstante, a pesar de que a su llegada el propio Huerta declaró
a la prensa nacional que aumentaría el ejército a más de cien mil hombres,16 las de-
ficiencias institucionales heredadas desde la administración porfirista, el contexto
internacional y la guerra contra los revolucionarios imposibilitaron esta proyección.
A este ejército, compuesto en un inicio de diversas “camarillas militares”,17 tam-
bién se le unieron formalmente las fuerzas irregulares formadas durante la revolu-
ción maderista de 1911 y la rebelión orozquista de 1912. Esta alianza entre soldados
profesionales18 y no profesionales no era nueva en la historia militar mexicana, sin
embargo, es importante señalarla porque demostró la adaptación de la estrategia
huertista a las condiciones bélicas del momento. Así, dirigentes populares como
Pascual Orozco Jr., Marcelo Caraveo, Benjamín Argumedo y Antonio Rojas, forma-
ron parte del Ejército Federal.19
En primer lugar, se apoyó en el sector más corruptible y ambicioso de las fuerzas arma-
das: el ejército auxiliar. Se derogó la ley de promoción que exigía tres años en el grado
correspondiente y se ascendió rápidamente a los militares, llegando incluso a darles
hasta dos y tres promociones en el mismo año. El ascenso al generalato quedó abierto
a los auxiliares y a un sinnúmero de gente sin mérito o sin credenciales militares.20
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