Eduardo Caccia / La captura de los signos

AutorEduardo Caccia

La dominación a través de los símbolos es una estrategia frecuente en las especies vivas. Desde el camuflaje de los animales que cazan simulando ser algo que no son para atraer a sus víctimas, hasta líderes políticos que se adueñan de señales que son parte de la vida social para sumar adeptos, saber usar los símbolos es una forma de sobrevivir.

Toda cultura se sostiene de creencias, valores, rituales, lenguaje, objetos; de una gran cantidad de símbolos, materiales o inmateriales, que definen su identidad. A lo largo de nuestra historia hay casos en los que se echa mano de los símbolos para allanar camino. Veamos la astuta sobreimposición simbólica y hasta material durante la Conquista de México, facilitó la conversión de creencias como elemento posterior a la dominación física. De Coatlicue o Tonantzin a la Virgen de Guadalupe o Virgen Morena, y luego ésta como estandarte de lucha del cura Hidalgo, la apropiación de símbolos es rentable.

En el México moderno tenemos el madruguete del PRI al apropiarse de los colores nacionales. Nuestra bandera en el emblema de un partido político. No es de extrañar que durante décadas la campaña política más repetida, más efectiva y más sencilla fue "Vota así", seguida de la ilustración gráfica donde se marcaba con una "X" el emblema tricolor (los partidos políticos han olvidado esta poderosa imagen de cruzar su emblema, el acto físico del voto). La evolución política y social del país ha resultado en campañas más sofisticadas a las de antaño, las tácticas de captura de símbolos se han refinado.

Para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo; tenía que ser un hábil priista, fuera de su alma máter política, quien evolucionara la captura de los signos. Su partido tiene un nombre que la gente asocia con una figura religiosa, no una figura cualquiera del santoral sino el más popular símbolo religioso mexicano, el mismo que facilitó la Conquista en el siglo XVI y que puede facilitar otra conquista casi 500 años después. En un país de ateos no tendría trascendencia, pero la religiosidad de la mayoría del pueblo de México encuentra eco en los discursos político-mesiánicos y demagogos en los que se ofrece la felicidad y la armonía cuando el ungido reine. Los feligreses han sido entrenados para creer y esperar milagros, actos que simplemente suceden más allá de la razón mortal. El mesías terminará...

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