Diego Valadés / Sí hay solución

AutorDiego Valadés

Los partidos obtienen votos pero su identidad se ha desdibujado y su credibilidad, nunca sobresaliente, está mermada. El más prometedor, Movimiento Ciudadano, no puede eludir la imagen adversa que proyecta el conjunto de organizaciones partidistas. Entre las causas de esta percepción figura la limitación legal para la libertad de asociación.

Conforme al artículo 11 de la Ley General de Partidos Políticos sólo es posible formar partidos cada seis años. Esta restricción, de larga trayectoria, tiene por objeto blindar a los dirigentes de los partidos frente a corrientes internas contestatarias, y a los presidentes de la república, pues disminuye el riesgo de desgajamientos de la maquinaria electoral que los llevó al poder. Instrumentalizar a los partidos como apéndices de los presidentes de la república llevó a violar el derecho constitucional de asociación previsto por el artículo 9º.

El obstáculo para formar partidos es inconstitucional; se adecua al monopolismo político, personal o grupal, que es un lastre nacional. A estas alturas carecemos de libertad de partidos y, así parezca inverosímil, ninguno la reclama.

Un argumento desfavorable para los partidos es su real o aparente medianía. Esta no se debe a ellos, al menos no siempre. Por mucho que quisieran mejorar, sería imposible lograrlo porque no es una cuestión de voluntarismo; es un asunto del entorno. Los partidos tienen éxito cuando encajan en un contexto favorable. El ámbito por excelencia para que descuellen es el parlamentario. El parlamento británico antecedió a los tories y los whigs; el congreso estadounidense precedió a los republicanos y demócratas; el régimen contemporáneo de partidos en Alemania, España, Italia y Portugal surgió a partir de sus constituciones en vigor. Los ejemplos se pueden multiplicar.

En un espacio restrictivo los partidos son simples maquinarias electorales. Por eso prosperó Morena, gracias a un líder carismático. En el orden programático poco tiene que presumir y sin embargo arrolla en las elecciones. Pero los partidos de caudillo no son lo que requiere un Estado constitucional.

Acomodados a la estrechez de sus libertades, los partidos profesan una política milagrera. Concentrar los objetivos democráticos en la sucesión presidencial es someter el destino de la democracia mexicana a un redentor diferente. Se está desplegando mucha energía para configurar un proyecto autocrático alternativo. Incluso si una gran coalición triunfara, el país...

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