Diario Íntimo de Lulu Petite

PitudoLulu Petite

EL GRAFICOQuerido diario: La voz del otro lado del teléfono era muy dulce. Parecía de alguien extranjero, un tono ligeramente sudamericano muy amigable. Hay veces que sientes buena vibra desde la llamada.

El de la voz dulce se llama Roberto. Había visto que un amigo suyo retuiteaba mis mensajes y decidió apagar su calentura.

Roberto ya estaba instalado en el motel cuando llegué. Se trataba de un tipo alto, flacucho, con los ojos chiquitos como de pulga y una cabellera muy poblada. Era un cuarentón tímido y con muy buenos modales que nunca, según me dijo, había pagado por sexo (Tengo la impresión de que la mayoría de quienes me dicen eso, mienten).

Tenía los dedos largos y delgados y su voz era grave, pero no carrasposa. Hablaba como si quisiera enamorar a todas las mujeres dispuestas a escucharlo.

Jaló una silla para sentarse frente a mí. Quería saber si tenía problemas con el tamaño de? bueno, ya sabes.

Le sonreí. Se sonrojó y arrugó esos ojitos.

?A ver ?dije sonriendo y acercándome a él?. Muéstrame.

Se puso de pie y se bajó el pantalón.

Mi gesto lo dijo todo. Por poco me voy de espaldas. Era un tremendo pene venoso, que intimidaba no sólo por lo largo, sino por el grosor. Parecía más un muñón que un pito. Me miró como si quisiera tomarme una foto, a la expectativa.

Ni hablar. Lo tomé por la cadera y lo atraje hacia mí. Por un momento pensé en correr, pero decidí no rajarme. Alcancé el lubricante en mi bolsa y empecé a empalmarle el trozo entero, con ambas manos. Mientras lo chaqueteaba, se fue quitando la camisa y poniéndose más cómodo. Preparada para todo, una vez que la boa constrictor que tenía entre sus piernas estaba a tope, lo enfundé con un condón y lo puse entre mis tetas. Lo masturbé así, dándole besitos en la puntita. Luego hice que se acostara y le dije que dejara todo en mis manos. Él se acomodó la almohada detrás de la cabeza y me ayudó a encaramarme encima de él. Dirigió con sus dos manotas aquel animal despierto a medida que yo me lo clavaba, descendiendo la cadera.

Por poco me quedo sin aliento. Obviamente no entró completo, pero se podría decir que hasta un poco más de la mitad me atravesó.

Lo escuché gemir bajito, como si le diera vergüenza lastimarme. Supongo que lo sabe. Tenerlo de ese tamaño más que una bendición, es un suplicio.

Las bolas no se quedaban atrás. Podía sentirlos amortiguando mis nalgas, hinchados y jugosos. Clavé mis uñas en su pecho cuando lo sentí empujar, una y otra vez, pero sin...

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