ArquiteXtos/ Algunos deseos

AutorAlejandro Hernández Gálvez

Entre los vicios y malas costumbres que nos heredaron las muchas décadas del rapaz priísmo, la confusión entre lo público y lo popular y, peor, la tácita identificación de lo popular con lo barato -y no sólo en cuanto al costo para el usuario sino en el de lo invertido- resultó en "servicios públicos" que duran poco sirviendo y que en vez de fomentar la igualdad parecen consolidar la marginación. Basta hurgar apenas en nuestra conciencia pequeñoburguesa para descubrir la convicción de que los servicios públicos son para quienes tienen poco o nada: vivienda popular, transporte popular, medicina popular, etc., mientras que los que tienen algo o mucho prefieren lo privado que se supone -no siempre siendo cierto- mejor.

A pocos días de que inicien año, siglo y milenio, y con gobiernos de la ciudad y federal recién estrenados, admitiendo que ofrecí poca resistencia, no pude evitar caer en la tentación de los deseos -no aburriré al hipotético lector más que con mis deseos locales: para la ciudad en que vivo. Siendo tanto lo que inicia, es imposible, también, evitar cierto optimismo, aunque sea mínimo y media vuelta por la calle baste para que se revele prácticamente insostenible. Pero si la esperanza nunca muere o muere al último, habría que esperar -pero hay que esperarla pronto- una revaloración de lo público: una revaloración por lo alto contraria al acostumbrado populismo. Lo público son muchas cosas y en algunas ya se ha avanzado, pero falta mucho en todo aquello que constituye el soporte, llamémosle físico y concreto, de aquello otro: eso que se puede resumir, sin ninguna precisión, hablando de la ciudad, como espacio y transporte. No pienso que la arquitectura o el urbanismo tengan ningún poder efectivo para modificar en profundidad la manera como entendemos y participamos en eso: lo público, pero sí que, en sentido contrario, la comprensión que de ello tengamos no está completa si no se materializa, si no cuaja, digamos, en la realidad cívica cotidiana, en la urbe, como ha sucedido desde Adriano hasta Mitterrand. La democracia participativa tiene algo de falso si no implica la posibilidad de una participación plena y equitativa en y del espacio urbano.

Habría que esperar, entonces, que tal soporte de lo público -edificios, plazas, parques, calles, transporte- sea considerado prioritario no sólo para subsanar carencias sino para hacerse con decoro, palabra inusual ya, pero cuán necesaria. Entiendo que no estamos para lujos pero espero se...

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