La democracia exigente. La teoría de la democracia de Pierre Rosanvallon

AutorRocío Annunziata
CargoProfesora Titular en la Maestría en Ciencia Política y Sociología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina
Páginas39-62
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Volumen 13, número 30, enero-abril, 2016, pp. 39-62
La democracia exigente.
La teoría de La democracia de Pierre rosanvaLLon
Rocío Annunziata*
resumen. El presente artículo explora lo que podemos concebir
como la teoría de la democracia de Pierre Rosanvallon, apoyándo-
se en su trilogía más reciente. La suya, sostenemos, es una teoría
de la democracia exigente, que vuelve al desencanto un motor
de transformación y redefinición. Para el autor, la democracia es
régimen político, forma de gobernar, actividad ciudadana y forma
de sociedad, y es plural en cada una de estas dimensiones. Lue-
go de revisar la emergencia de poderes contrademocráticos, las
nuevas figuras de la legitimidad y la necesidad de reformulación
de la sociedad de iguales, abordamos los riesgos de “lo impolí-
tico” y argumentamos en qué sentido su concepción representa
una teoría de la democracia exigente.
PaLabras cLave. Democracia, contrademocracia, legitimidad,
igualdad, Pierre Rosanvallon.
Intelectual e historiador de lo político, Pierre Rosanvallon ha continua-
do y enriquecido el camino abierto por Claude Lefort (Rosanvallon,
2012b). De alguna manera, su obra se hace las preguntas derivadas de
aquella “paradoja de la democracia” que señalara Lefort: el poder es
del pueblo y no es de nadie al mismo tiempo, porque el pueblo empíri-
co, concreto, es diverso, no es uno sino múltiple (Lefort, 1985). Como
su naturaleza es paradójica, la democracia se caracteriza entonces por
fallas, ficciones, reemplazos de todo tipo. Rosanvallon se ha dedicado
a historizar todas estas fallas, las formas concretas que adquirieron los
principios democráticos, las soluciones históricas, los desencantos y las
* Profesora Titular en la Maestría en Ciencia Política y Sociología de la Facultad Latinoa-
mericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Argentina). Correo electrónico: rocio.annunziata@
gmail.com
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Rocío AnnunziAtA
ficciones renovadas. Su obra, sin dudas, completa y amplifica la obra
de Lefort.
En efecto, Lefort definía a la democracia como una forma de so-
ciedad, retomando el sentido que los antiguos le daban a la noción de
“régimen político”: la constitución, la forma de gobierno, pero también
un estilo de existencia, un modo de vida (Lefort, 1986). La forma de
sociedad democrática era para él aquella que colocaba a los hombres
y a las instituciones ante la prueba de una indeterminación radical; y
que resultaba de un acontecimiento también radical, de la “mutación
simbólica” que implicaron las revoluciones francesa y americana y sus
declaraciones de derechos.
Las “revoluciones democráticas” produjeron un cambio en el esta-
tuto del poder: el poder se transformó en un lugar vacío, que no podría
en adelante ser apropiado ni encarnado por nadie, y que es en cambio
repuesto periódicamente. Así, esta mutación simbólica se traduce en
la pérdida del fundamento trascendente del poder: quienes ejercen la
autoridad política son entonces simples gobernantes, no pueden apro-
piarse del poder, incorporarlo, ni encarnarlo. Y es aquí donde empieza
la paradoja, porque sería posible suponer que la democracia moderna
instituye un nuevo polo de identidad, un pueblo soberano, que se con-
vierte en el nuevo fundamento del poder. Pero en realidad ese pueblo
no existe en ningún lugar como una unidad sustancial. La sociedad de-
mocrática es una sociedad dividida, en la que división es constitutiva de
su unidad (Lefort, 1985). Se pierde toda referencia a la trascendencia como
a la unidad sustancial de la comunidad. De esta manera, la demo cra cia
conjuga dos principios en apariencia contradictorios: el poder emana
del pueblo, y el poder no es de nadie. Esta paradoja de la demo-
cra cia se hace sensible, por ejemplo, en el sufragio universal: en el
momento en que la soberanía se manifestaría como voluntad del pue blo,
el ciudadano se vuelve un individuo abstracto, una unidad de cálculo y
la sustancia es sustituida por el número (Lefort, 1986).
Esto implica también una separación, de las esferas del poder, el
saber y la ley. La verdad y el derecho pueden oponerse al poder. Surge
así un espacio público, a distancia del poder, en el que se debate el sen-
tido de los derechos, que nunca puede ser fijado, en el que se instaura
la legitimidad del debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo (Lefort, 1987).

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