El sueño se decide en las urnas

AutorEileen Truax

Eileen Truax

Periodista, cronista, chilanga y migrante; vive en Los Ángeles. "Dreamers", su primer libro, será publicado en 2013.

Un martes como cualquier otro, Nancy Landa se arregló para ir al trabajo. Morena, de figura curvilínea, pelo obscuro y sonrisa linda, se vistió con pantalones negros, una camisa y zapatos de tacón no muy alto; el atuendo de una mujer profesional. Era el 2009 y a sus 29 años de edad, Nancy era la imagen del éxito. Se había graduado cinco años antes de Administración de Negocios y desde entonces había construido una carrera cada vez más sólida en organizaciones de servicio comunitario y en el sector público.

Nancy se aseguró de traer sus pertenencias en el bolso: billetera, tarjetas, el infaltable teléfono celular. Salió de su apartamento en la ciudad de Long Beach, California, con tiempo suficiente para llegar puntual al trabajo; subió al auto que había comprado hace unos meses y que aún estaba pagando, y cuando se dirigía hacia el freeway, desde un vehículo le ordenaron detenerse. No era un auto de la Policía ni de la Patrulla de Caminos, pero Nancy no se preocupó: detuvo el auto, bajó el vidrio y esperó a que se acercara un agente.

Lo que siguió es una sucesión de recuerdos borrosos. Tres agentes de inmigración le informaron que estaba detenida. La subieron al vehículo, una camioneta blanca sin identificación; su auto quedó ahí, mal estacionado a la orilla del camino. Dos horas más tarde Nancy estaba en un centro de detención del centro de Los Ángeles, y ocho horas después deportada en Tijuana: sin más ropa que la puesta, sin amigos, sin familia, sin pasado; sin nada más que su bolso con cuarenta dólares y un teléfono celular. Y así, en un martes como cualquier otro, la vida que Nancy había construido durante los últimos veinte años se esfumó.

La garita de San Ysidro es el cruce fronterizo más transitado del mundo. El punto que conecta a Tijuana con San Diego recibe cada año a más de treinta millones de personas que van de México hacia Estados Unidos, y también es el que recibe la mayor cantidad de deportados en el sentido opuesto. Los deportados son llevados en autobuses desde un centro de detención, con frecuencia en San Diego o en Los Ángeles, y los bajan en la línea junto a una puerta giratoria de barrotes horizontales de metal. Los barrotes giratorios pasan a través de otros barrotes fijos que sostienen la puerta, y al momento que se juntan asemejan unos dientes cerrándose y triturando a una presa imaginaria. Uno a uno los detenidos se meten en ese tiovivo metálico que hace un ruido como de matraca, "clac-clac-clac-clac", uno, "clac-clac-clac-clac", otro, "clac-clac-clac-clac", otro más, y salen a territorio mexicano.

Uno de cada cinco de los 1.8 millones de mexicanos que las autoridades de inmigración estadounidenses han deportado a su país en los últimos diez años, ha regresado cruzando esa puerta de metal. Más de 350 mil personas que llegan a un sitio que la mayoría no conoce y en donde no hay un indicio de dónde pasar la noche, dónde hacer la siguiente comida, qué hacer ahora. Algunos son deportados unas horas después de haber cruzado, agarrados por la migra en pleno intento de llegar a una ciudad donde desaparecer; esos tal vez acaban de estar ahí y más o menos saben a dónde moverse. Otros, como Nancy, han pasado toda su vida en Estados Unidos; han...

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