Contrahegemonía y clase trabajadora en una comuna chilena

AutorMirtha Lischetti, et al.
Páginas143-174

Mirtha Lischetti. Universidad de Buenos Aires, Argentina. Dirección electrónica: mliche@cbc.uba.ar. El equipo de investigación que participó en la elaboración de este artículo está formado por: Daniel Cueva (danicue@hotmail.com), Cristina Chiriguini (cristinachiriguini@yahoo.com.ar), Estela Gurevich (egurevic@fibertel.com.ar), María Fernanda Hughes (fhughes@sinectis.com.ar), Carlos Méndez Contreras (fedach@way.com.ar), Gimena Perret (gimenaperret@hotmail.com) y Mónica Tacca (monicatacca@tutopia.com).

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Introducción

Es difícil hablar de pobreza a partir de las experiencias de los sujetos que se desarrollan en situaciones de precariedad material y analizar el sentido que les dan a sus prácticas sin vincular esta problemática con la de la desigualdad. Es por ello que parte de esta investigación etnográfica consiste en explorar las diferentes prácticas socioculturales dentro de lo que habitualmente se conoce como sectores subalternos, teniendo en cuenta la relación polarizada entre las clases y sus segmentos. Considerando, entonces, que las prácticas sociales no son homogéneas, nos propusimos analizar las complejidades de la acción y retomar ciertos conceptos teóricos, como los de hegemonía y contrahegemonía. Éstos, debido a su capacidad explicativa, permitieron vincular estas problemáticas (pobreza y desigualdad) no en una relación mecánica de causalidad sino entendiendo que lo hegemónico “constituye un sentido de la realidad para la mayoría ya que es un vívido sistema de significados y valores [que actúan] a una profundidad tal que las presiones y límites de lo que puede ser considerado en última instancia un sistema cultural, político y económico nos dan la impresión de ser las presiones y límites de la simple experiencia y del sentido común”.1

El análisis de estos conceptos de hegemonía y contrahegemonía, desde Gramsci, implica reflexionar sobre los mecanismos de dominación y subordinación que constituyen la dinámica de los procesos hegemónicos en determinadas condiciones históricas.2 Desde el Cuaderno 1, Gramsci advierte que la clase dominante lo es en forma política y económica a la vez,3 pero es en el Cuaderno 3 donde esta relación es planteada desde las clases subalternas como un proceso de construcción de hegemonía de las masas y, por tanto, del Estado socialista. LaPage 145 hegemonía no se reduce a la dominación sino que supone la dirigencia del proletariado y sus clases aliadas. En otras palabras, “la construcción de una hegemonía no es separable de la clase, las capas sociales, las instituciones y las formas de lucha que la permiten. La dirección requiere algo radicalmente diferente: la actividad de las masas [el consentimiento activo] y no su pasividad, su autoorganización y no su autodestrucción/dominación”.4

El concepto de hegemonía se completa con la noción de aparato de hegemonía ya que a partir de la mediación de múltiples subsistemas (aparato escolar, aparato cultural, etcétera), la hegemonía se unifica en referencia a las clases dominantes.

Siendo entonces la construcción de la hegemonía parte constitutiva de la lucha de clases, señalamos que “una clase en el poder es hegemónica porque hace avanzar al conjunto de la sociedad: su perspectiva es universalista y no arbitraria”.5 Y en este sentido, los efectos de la hegemonía son contradictorios ya que “todo modelo de integración exige el empleo de un modelo de desintegración. Es decir, no hay una teoría de la hegemonía sin una teoría de la crisis de hegemonía”.6

Esta conceptualización fue retomada por autores como Williams y Thompson, enriqueciendo así el debate sobre las prácticas de los sujetos al señalar que “una hegemonía dada es siempre un proceso [...] No se da de modo pasivo como una forma de dominación. Debe ser continuamente renovada, recreada, defendida y modificada. Asimismo, es continuamente resistida, limitada, alterada, desafiada por presiones que de ningún modo le son propias”.7 Es por ello que el concepto de hegemonía se relaciona con los conceptos de contrahegemonía y hegemonía alternativa. En el marco de la reflexión antropológica, estas categorías nos posibilitan tener en cuenta que “la realidad del proceso cultural debe incluir siempre los esfuerzos y contribuciones de los que de un modo u otro se hallan fuera o al margen de los términos que plantea la hegemonía específica”.8 Por esta razón, la práctica etnográfica supone reconocer, en la acción de los sujetos, la dinámica de la experiencia sociocultural desde “la conciencia práctica que es lo que verdaderamente se está viviendo, no sólo lo que se piensa que se está viviendo”.9 Según Williams, “una experiencia social que todavía se halla enPage 146 proceso”, es decir, los “significados y valores tal como son vividos y sentidos activamente”, es lo que define a las estructuras del sentir.10 El desafío teórico-metodológico que brinda este concepto contribuye a encuadrar el presente como un proceso sociocultural configurado históricamente.

Si consideramos que la historia es ordenada por la cultura y viceversa, resultan fecundos los aportes de Thompson, por un lado, porque advierte que “las descripciones del orden social [...] vistas desde arriba, son mucho más corrientes que los intentos de reconstruir una visión desde abajo”.11 Por otro lado, su examen sobre la noción de clase nos permite subrayar que dicha categoría es inseparable de otro concepto clave, tal como lo es el de lucha de clases: las clases no existen separadas y luego se enfrentan,

por el contrario, las gentes se encuentran en una sociedad estructurada en modos determinados, experimentan la explotación [o la necesidad de mantener el poder sobre los explotados], identifican puntos de interés antagónico, comienzan a luchar por estas cuestiones y en el proceso de lucha se descubren como clase [...] La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras fases del proceso real histórico.12

En este sentido, el concepto de clase es entendido como categoría histórica, lo que nos posibilita enfatizar el proceso de la experiencia social, en el marco de una hegemonía dada, como el desarrollo de los enfrentamientos desde el “concepto de antagonismos, adaptaciones y reconciliaciones dialécticas de clase”.13 Esta mirada la consideramos provechosa, ya que desde la antropología, la metodología cualitativa brinda la posibilidad de realizar un análisis exhaustivo de los procesos sociales y culturales dentro de los límites de la hegemonía y de la contrahegemonía.

La metodología etnográfica aporta en este sentido la posibilidad de captar, en este desarrollo de lo hegemónico, aquellas acciones o significaciones que resultan resistentes a lo hegemónico aun siendo indicios o formaciones incipientes de contrahegemonía, reconstruyendo así una visión de tensión en la sociedad actual, tensión que pareciera desapa-Page 147recer en los discursos oficiales, incluso cuando los cuadros estadísticos muestran que la desigualdad no ha disminuido sino que la brecha se hace abismo.

En ese abismo operan, bajo el peso de las políticas neoliberales en los países de nuestra región, las subjetividades de los sujetos de las clases subalternizadas, en tanto formas de ser en la dialéctica de los procesos hegemónicos. Estos procesos pueden ser entendidos –para su operacionalización con miras al trabajo de campo etnográfico– en términos de poder, siempre que se recuerde la génesis dinámica (y dialéctica) de lo hegemónico como concepto a partir de las precisiones de Gramsci. Para ello hay que superar un obstáculo muy común cuando se piensan las tendencias homogeneizantes del poder en términos funcionalistas, esto es, entenderlas como simplemente ubicadas en el aparato estatal. De manera que, para poder enfocar nuestros análisis en los sujetos, proponemos pensar la hegemonía en términos de poder o, en otras palabras, de opresión, de subordinación.

Teniendo presente la sociedad que el capitalismo neoliberal actual modela en nuestras regiones, vemos que este poder (que está, como dijimos, en la base de la dominación) busca desesperadamente ser siempre hegemónico. La prolongada vivencia de la dominación para el sujeto popular en general, y para la clase trabajadora en particular,14 ha adoptado a lo largo del tiempo diferentes expresiones, restringiendo –mediante la explotación– las posibilidades de autonomización de los individuos, y violando así la condición a la que todo sujeto tiene derecho. Pero esta acción que el poder despliega es por definición incompleta, ya que no está absolutamente presente en todos los resquicios de la vida social dominada que genera. Como algo incompleto, abre paradójicamente la posibilidad a otras formas de existencia social en las que pueden cobrar cuerpo la transgresión o la resistencia. Cuando la dominación del poder empuja hacia los límites, las identidades así producidas serán la base (en el momento de ser percibidas como tales por los sujetos) para la construcción de subjetividades de resistencia, es decir,Page 148 de modos alternativos de existencia. De tal manera que la acción del poder hegemónico produce, a la vez, realidad y sujetos.15

Desde esta mirada podemos pensar la subjetividad como una creación del poder, del despliegue histórico de la hegemonía para una sociedad dada, de manera que en las formas de ser sujeto se encuentran los elementos de ética, de verdad y del poder que coexisten concretamente en las sociedades de manera casi indisociable. Por ello, estos modos de “ser sujeto”, sólo pueden ser opresivos. Junto a esta opresión –y dado su carácter incompleto–, el poder crea (a su pesar, contra su propia acción histórica, y de manera inherente a ella) los espacios para poder resistir y rehusar las subjetividades a las que nos obliga.

Ana Dinerstein...

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