La confusión

AutorAndrés Henestrosa
Páginas35-37
CUENTAN los historiadores de lo zapoteca
que en un ángulo del principal
de los panteones de aquella raza,
en Yobaa, que quiere decir dolor y por extensión
sepulcro y cementerio, había una profunda cueva, la entrada
cubierta con una enorme piedra, la cual era movida cuando se
celebraban los entierros de los grandes señores y cuando
ocurrían los sacrificios, para arrojar por ella el cuerpo de las
víctimas inmoladas en aras de terribles deidades. Hay quien
diga que aquel subterráneo tenía más de cien leguas de exten-
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6Han sido muchos los que han trabajado sobre el folklore zapoteca,
apoyándose en los relatos de los cronistas. Robelo fue uno; Heriberto Frías,
fue otro; Rafael Heliodoro Valle, otro. Otros han trabajado valiéndose de
dos clases de fuentes: la escrita y la oral. Entre éstos me place señalar a Este-
ban Maqueo Castellanos, hijo adoptivo del Istmo, y a Wilfrido C. Cruz,
zapoteca de la mejor cepa. Y como siempre se tienen antecesores, éstos son
los míos. Yo lo soy de otros… Palabras suyas, palabras de todos los historia-
dores y de todos los otros libros que yo haya leído, se encuentran en este
libro. Quien pueda, que las advierta. Yo no las indico porque, como ya lo
dije, trabajé esta porción de mi cultura natía sin emoción erudita. Pero está
bueno decir desde luego, para que los maliciosos estén en paz, que tanto el
relato de los Binigundazaa, como este de la Confusión, han sido narrados
–este último sólo en cierto modo– antes por Wilfrido C. Cruz, en su leyenda
Los Binigulaza. Al final de ella inserta el canto de la torcaza en lengua chi-
nanteca y la tradición oral recogida por él entre los indios que la hablan.
Con ella y con la que me sabía desde siempre, elaboro esta versión enlazán-
dola con los datos que nos dan los historiadores, llevándola a sus más remotas
conexiones.

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