Agenda Ciudadana / La utilidad práctica de la ciencia social

AutorLorenzo Meyer

Justificar la existencia

No sin gracia, hace años un entonces joven historiador me relató un momento de embarazo y humillación profesional, cuando alguien, en tono de reto, le cuestionó así: "y lo que tú haces ¿para qué sirve?" Lo humillante fue que no resultara evidente la justificación de su existencia como historiador, que se dudara de la utilidad de quienes que no se dedican a producir bienes tangibles o de servicios de utilidad inmediata.

Una comunidad que no sabe de dónde viene, que no puede convertir en conocimiento útil los logros y errores colectivos del pasado, no puede entender plenamente su entorno, ni manejar el esfuerzo colectivo de la manera adecuada para superar los obstáculos presentes ni tampoco definir bien sus objetivos y trazar una ruta de cara al futuro. El individuo que realmente olvidara su pasado, perdería su identidad y la ventaja del conocimiento acumulado para tomar las decisiones adecuadas frente a su entorno. Esa pérdida sería realmente costosa e incluso fatal.

Es verdad que en cualquier país hay ciudadanos que ni saben ni les importa conocer de dónde vienen y que apenas tienen idea de la naturaleza política, económica o social de la comunidad en que viven y eso no les quita el sueño. Sin embargo, en el seno de casi cualquier estructura nacional, hay instituciones con profesionales que se dedican a esos menesteres. Y si esas instituciones especializadas no existen o si su calidad es deficiente, entonces todos pagan las consecuencias, incluso los que no se percatan de ello.

Hace algunas semanas se convocó por parte de algunas autoridades a un grupo de científicos a que encontraran, a nivel colectivo, los argumentos que el historiador al que hice referencia al inicio de la columna no encontró. Se trataba de justificar su existencia ante un gobierno dominado por gente que proviene del mundo de la empresa privada -de los que hacen "cosas útiles"- para legitimar su demanda de recursos para las instituciones de investigación científica. Algo había de humillante e incómodo en esa demanda, pero resulta que vivimos tiempos donde el mercado es supremo y donde ya no se da por sentada la utilidad de la búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo. Y si en el neoliberalismo las ciencias "duras" -matemáticas, física, química, etcétera- tienen que justificar su existencia con resultados que el mercado pueda medir, pues con mayor razón las "blandas", es decir, las sociales cuyos "productos" tienden a ser refractarios a la cuantificación y al precio. Para la economía o la demografía el desafío es relativamente menos difícil, después de todos es sabido que un estudio de mercado puede ahorrar dinero al que lo comisiona y que un estudio de características de la población puede ser muy redituable para las aseguradoras, por ejemplo. En contraste, ¿cómo medir en pesos la rentabilidad del gasto que se hace en el terreno de, por ejemplo, la historia, la ciencia política o la sociología? Desde luego, ya...

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