Un Chile contradictorio

AutorFernando Gaspar

La tarde del sábado 11 de marzo, desde el balcón de La Moneda, Michelle Bachelet pronunció su primer discurso como presidenta de Chile. Decenas de miles coreaban con fervor su aparición en el mismo edificio que 36 años atrás fue bombardeado por aviones de la Fuerza Aérea chilena. Desde ese lugar, Bachelet afirmó emocionada: "el pasado no lo olvidaremos nunca", palabras que significan mucho para una nación que vivió en dictadura 17 años y que demoró otro tanto en modificar sustancialmente la Constitución de 1980, impuesta por Pinochet.

En aquella calurosa tarde santiaguina, Bachelet recordó a dos hombres emblemáticos en su vida. El más importante, Alberto Bachelet, general de la Fuerza Aérea, fiel al gobierno de Salvador Allende, quien murió luego de ser torturado por sus compañeros de armas un 12 de marzo de 1974. Sin duda, las palabras de la Presidenta recordando a su padre asesinado por la dictadura desde el balcón de La Moneda fueron uno de los momentos más emotivos de ese fin de semana.

En su discurso habló del Presidente que nombró la primera Ministra de Defensa en la historia chilena y quien la impulsó para alcanzar el lugar que ahora tiene: "el pasado es lo que es, pasado, y no lo olvidaremos nunca y como dijera el presidente Lagos: no hay mañana sin ayer y no queremos repetir los mismos errores del pasado porque queremos un mañana más prospero y justo. Sabemos que en cuatro años no vamos a resolver todos los problemas, pero vamos a dar un gran paso adelante".

¿De qué paso hablaba la presidenta de Chile? ¿En qué condiciones encontró a este país, otrora el más conservador de América Latina, con una de las dictaduras más férreas de Sudamérica y que ahora elige a una mujer como Presidenta? ¿Será Chile realmente el primer país desarrollado de América Latina? ¿En qué se sustenta socialmente su bullado éxito económico que es admirado y utilizado como ejemplo por los principales líderes del mundo?

"Nos hemos preparado para un gran desafío", sentenció Bachelet. Pero para entender el desafío del nuevo gobierno que se propone alcanzar en el 2010 "un gran sistema de protección social para todos", que pretende contar con "una democracia de calidad, participativa", solidaria, un país donde "no se discrimine a nadie, que valora a todos por lo que somos". Para entender los objetivos del próximo gobierno, hay que observar con detalle la historia y la realidad chilena.

Un país que luce nuevas y modernas obras en el 2006, que presume de sus cinco autopistas concesionadas que rodean y cruzan Santiago, de los nuevos centros portuarios levantándose y renovándose a lo largo del país, que cuenta con una economía exportadora de punta que divide sus envíos por partes equivalentes entre América Latina, Asia, Europa y Estados Unidos. Un país orgulloso de su modernidad y los profundos cambios culturales que ha experimentado en los últimos años.

Un país de contrastes donde impera uno de los niveles de desigualdad social que permite una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo (según cifras del Ministerio de Hacienda, el 5% más rico de la población concentra el 54% de los ingresos nacionales).1 Un país donde el Estado gastó entre 1990 y 2004 en promedio un 15 por ciento del presupuesto en educación, siendo uno de los países latinoamericanos que más han invertido en este rubro de manera sostenida durante los últimos 16 años. Y este esfuerzo se acompaña de una persistente desigualdad en la educación, pese el fuerte incremento en las oportunidades de acceso a diferentes tipos de formación. Veamos dos ejemplos.

El gasto promedio mensual relacionado con educación (incluyendo colegiaturas) por grupo socioeconómico muestra que mientras los estratos bajos gastan en promedio 34 dólares (equivalente a un...

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