La captura

AutorHeberto Castillo
Páginas39-47
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Fui aprehendido con lujo de fuerza, como si mis armas fueran otras
que la Constitución. Tratando de escapar salté bardas y alarmé veci-
nos inútilmente, para quedar al fin a merced de las armas cortas y lar-
gas que desde múltiples vehículos surgieron empuñadas por “celosos
guardianes del orden”. Las amenazas de tormento o de muerte ce-
saron cuando ellos comprendieron la firmeza de mi decisión. Las
armas de que hice acopio durante los meses de mi persecución
quedaron en mi último refugio de Coyoacán: la Constitución General
de la República Mexicana, sin los lomos que destruyó la lluvia que
cayó durante las noches que pasé en los pedregales de la Ciudad
Universitaria, cuando en septiembre la mancilló el ejército; los pla-
nes políticos de México, algunos libros sobre la reforma agraria y
sobre Emiliano Zapata, y un libro que me gusta leer y releer:
El inge-
nioso Hidalgo don Quijote de la Mancha
. Se me informó que dichas
armas fueron anexadas a mi expediente como pruebas en mi contra.
Más tarde pude conocer los delitos que se me imputan, lo que
resultó difícil fue precisar los hechos en que se fundamenta la acu-
sación. El agente del Ministerio Público los enumeró. Ellos son:
La captura

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