Capítulo IV

AutorLorenzo de Zavala
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mediados de este año fue nombrado enviado plenipoten-
ciario cerca de los Estados Unidos don Pablo Obregón,
de quien he hablado otra vez con motivo de la disputa ocu-
rrida el día de la apertura de las sesiones del primer Congreso
mexicano, sobre el asiento de preferencia que ocupó el señor
Iturbide. Obregón era un hombre de modales decentes y de
mucha honradez. Se manejó con la debida circunspección
y fue muy estimado en el país. Nuestras relaciones diplomáti-
cas con el gabinete de Washington están reducidas por ahora
a un pequeño círculo. No tenemos que temer esas guerras de
conquista, esas sorpresas que son tan comunes en Europa
entre naciones gobernadas por soberanos, cuyas disposicio-
nes las cubre el velo del misterio hasta el momento de la eje-
cución. En las relaciones diplomáticas que comienzan a
formarse entre las nuevas repúblicas, es muy difícil prever la
marcha que tomarán los intereses respectivos. No será cier-
tamente el capricho o la ambición de algún conquistador lo
que ocasione la guerra ni la ocupación de un país; es necesa-
rio buscar el origen de las disensiones en muy diferentes cau-
sas y estudiar hacia qué punto se dirige la am bi ción del pueblo
rey, no como en la república romana, en la que la capital lo
CAPÍTULO IV
A
era todo y los municipios sólo los primeros entre los súbditos,
siendo las provincias esclavos. La conquista de los Estados
Unidos puede ser la conquista de la industria y de la civiliza-
ción, reunida a la fuerza expansiva de una población que
busca en las regiones meridionales la riqueza y dulzura del
clima. Veamos cómo han aumentado su territorio desde la
época de su independencia de tres maneras diferentes: la pri-
mera ha sido por las compras parciales que han hecho a los
indios, que, obligados a retirarse de las cercanías de una po-
blación civilizada y hostil, incapaces de oponer una resisten-
cia tenaz y metódica, como es el ataque, creen que lo mejor
que pueden hacer es ven der el terreno que ocupan y pasar a
buscar en los más remo tos bosques del Oeste y del Norte lu-
gares en que establecerse; ya hemos visto cuántas discusiones
ha producido en los congresos, legislaturas y periódicos ese
modo de adquirir, que ni es enteramente violento ni entera-
mente voluntario. La segunda adquisición importante que
han hecho aquellos Estados es la de Luisiana. Napoleón había
podido arrancar esta inmensa y rica colonia de las manos de
los reyes de España, en las que era improductiva, y la vendió
a los Estados Unidos en 1802, por doce millones de pesos.
La tercera adquisición ha sido la de las Flori das en 1819. La
venta que había hecho Napoleón a los ameri canos del Norte
de la Luisiana despertó en ellos, dice un escritor, la idea de
apoderarse de las Floridas. En la demarcación de límites de la
Luisiana, dice otro escritor, en vez de confesar los Estados
Unidos francamente que había materia de dudas razonables,
pretendieron establecer derechos incontestables. Pero luego
apoyaron su derecho sobre reclamaciones que hicie ron por
los daños que alegaron haber recibido varios negociantes de los
Es tados, por apresamientos y detenciones de propiedades
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AL B O R E S D E L A R E P Ú B L I C A

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