Cannabis: abuso policiaco y prohibicionismo

AutorAlejandro Saldívar

Debajo de uno de esos gigantescos bloques de concreto de Tlatelolco, Elías, de 20 años, fuma medio porro de mariguana. "Microdosis", dice como un científico que se automedica. Dos caladas y aguanta el aire para que el humo no se escape. Mientras tose discretamente, devuelve la bacha al fuego vivo dentro de un tubito hermético. "La falta de oxígeno lo apaga inmediatamente", asegura como un experto furtivo.

Es una tarde de nubes borrascosas y lluvia ligera. Casi no hay gente alrededor de la Plaza de las Tres Culturas. Elías se arrepiente y vuelve a prender. Le da una, dos, tres caladas, contiene el humo, lo exhala inundando uno de los pasillos. "Tal vez fumo para ver el mundo de otra manera", dice Elías, atento a que no aparezca nadie.

Sentado entre los arbustos, trata de formar volutas que lo obligan a hacer bizco, pero no lo logra. "En mi caso, es buena para externalizar todo, pero en exceso hace lo contrario, y eso es lo difícil, es una adicción y un problema para la salud pública", asegura.

"Hay mucha desinformación y confusión. Lo 'natural' no es tan inocuo como pensamos. No sabemos si estamos fumando pesticidas o estiércol. No sabemos quién hace los ácidos o las pastillas. Es algo que debería ser regulado, lo ilegal es un lugar peligroso, te expone a otro ambiente donde el mariguano es rechazado hasta por su familia. Te desconocen y aíslan en un mundo limitado en el que ya sólo puedes expresar lo que has sentido o pensado con enteógenos", cuenta desde su experiencia cannábica.

Para Elías, estudiante y vendedor ambulante, cada porro conlleva un desciframiento que va de una calada a otra. Entre la desidia de la imaginación y la procras-tinación, fuma para pasarla bien, para entender el diapasón introspectivo que motiva su adicción. Amigo de los mundos oscuros, en su tiempo libre acostumbra dibujar torsos desnudos al carboncillo, arañas con mil ojos o paisajes sombríos; sin embargo, no ha estado exento de los efectos de una ley prohibitiva. Recién comenzada la pandemia, Elías fue detenido de manera arbitraria.

"Ese día era temprano, no venía nadie caminando, prendí una bachita del día anterior. Tranquilo en la calle, en menos de un minuto se me emparejó una moto con policías. Ellos querían detenerme para una revisión, pero seguí caminando y tiré el filtro que quedaba. Eso los enojó más. Los policías son muy agresivos, te secuestran, roban y golpean. Siempre buscan o dinero o drogas o cosas de valor. Yo no tengo ninguna de las tres", dice entre risas.

"Saqué mis cosas de los pantalones, mis llaves y mi celular. Bruscamente se me acercó uno a meter sus manos en mi pantalón. Me esculcaron, me enojé y les aventé la mano y me sometieron. Me golpeó...

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