El Aroma de los Libros

AutorDesy Icardi

Capítulo 1

"Todas las buenas alumnas se parecen unas a otras, pero cada alumna burra es burra a su manera".

Una leve risita estalló en el primer pupitre, seguida de inmediato por una risa más burda.

-¡Señoritas! -las hizo callar el reverendo Kelley frunciendo las hirsutas cejas grises mientras la pobre Adelina permanecía clavada al lado de la cátedra con la mirada dirigida hacia el suelo; las delgadas trenzas de un color rubio apagado, como su humor, colgaban hacia abajo.

A un espectador ignorante aquel cuadro podría haberle parecido anacrónico: un aula austera y destartalada, un profesor con rostro severo en hábito talar y unas chiquillas que se estremecían de miedo en sus uniformes colegiales. Si no hubiera sido por los peinados excesivamente voluminosos de algunas de las alumnas y por un vago olor a laca que revoloteaba entre los pupitres, cualquiera podría haber pensado que estaba en plena mitad del siglo XIX en vez de en 1957.

-¿Por qué se ríe, señorita Bosio? -preguntó el profesor con voz profunda, aún más amenazadora por el acento extranjero.

Giuditta Bosio, hija segunda de un joyero de via Roma, se puso en pie como un torpe y corpulento soldadito; de su incómodo y complicado peinado emanó el olor sintético del espray fijador.

-Venga, señorita Bosio, ¿por qué se estaba riendo?

La mirada de Giuditta encontró la de Adelina más o menos en la misma baldosa. Giuditta no tenía ni idea de por qué se había echado a reír o, mejor, sabía que lo había hecho para emular a su compañera de pupitre.

-¿Y usted por qué se estaba riendo, señorita Vergnano?

Luisella Vergnano, primogénita de un notario de la plaza Solferino, se levantó con majestuosa lentitud, se apartó un mechón rizado de la frente y clavó su mirada directamente en el rostro ceñudo y amarillento del profesor.

-Me estaba riendo -empezó con voz firme- por la frase que acaba de pronunciar.

-La ha tratado de burra -se inmiscuyó Giuditta en un arrebato fulgurante.

-¿Por eso se reía, señorita Vergnano? -continuó el hombre señalando a Adelina, todavía inmóvil, que ahora observaba a sus compañeras con esos ojos azules suyos que se perdían en su carita pálida, como manchas de tinta desvaída en una hoja en blanco-. ¿Se reía porque he tratado de burra a su compañera?

-No, profesor -contestó Luisella mientras un leve rubor coloreaba sus radiantes mejillas-. Me reía de la cita.

La cara del profesor se iluminó de orgullo mientras el rostro de la chica recuperaba su colorido habitual.

-¿Quiere...

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