Cómo aprendimos a callarnos

AutorKowanin Silva

8 de enero de 2010.

Ese día amaneció nevado. Una llamada me despertó en la madrugada con la noticia de que habían matado a Valentín Valdés, un ducho reportero y excompañero en la universidad, que trabajaba para el periódico de la competencia. Ya no pude dormir. Más tarde descongelé el vidrio de mi carro y conduje hacia mi oficina. Además de nieve, vi en quioscos algunos titulares de los diarios: "Ejecutan a reportero de Saltillo", leí en uno.

Valentín había sido dejado en la puerta del Motel Marbella. Su cadáver presentaba señales de haber sido torturado. Dejaron un mensaje que nunca se revelaría. Una semana antes, el Ejército había detenido en ese motel a un operador del Cártel del Golfo. Aunque todos los medios habíamos cubierto la noticia, Valentín había investigado más que cualquiera.

En aquellos años la guerra de cárteles que se había desatado en la ciudad nos hizo ver algo más que muertos: reporteros desleales que cambiaron sus autos desvencijados por camionetas 4x4, reporteros que portaban radios de más de cien mil pesos y que rastreaban la frecuencia de la policía y de los narcos; reporteros que, en cada cobertura incómoda para el cártel al que servían, les quitaban a los fotógrafos la memoria de sus cámaras, copiaban el material y les advertían: "Si sale algo ya sé quién fue, cabrones". No eran infiltrados. Eran reporteros traidores que se habían vendido al cártel y ordenaban qué sí y qué no publicar. Estaban adentro de nuestras redacciones. Tenían nuestros teléfonos, nuestras direcciones. Estábamos rodeados. Los periódicos tenían miedo de echarlos y sólo nos restaba torearlos. Es muy probable que a Valentín lo hayan entregado estos traidores. Porque Valentín no era como ellos. Valentín era el chico nerd de la clase, el presidente de la sociedad de alumnos de la escuela, el hijo noble y responsable que mantenía a sus padres, el reportero honesto. Nunca fuimos amigos pero nos respetábamos. La última vez que lo vi fue aquel día que cubrimos el operativo en el Motel Marbella. Después sólo me quedó la imagen de él: encobijado, irreconocible.

Seguía yo, decía el mail que me llegó esa tarde.

YA SAVEMOS DONDE VIVES PINCHE GORDA, TE VAMOS A DESCUARTIZAR Y A TIRAR ENCUERADA EN PEDACITOZ AFUERA DEL MARBELLA COMO LE HICIMOS CON VALENTÍN. SI NO TE RE-GREZAS A TU RANSHO TE VA A CARGAR LA CHINGADA, TE TENEMOS HUBICADA, A TI Y A TU AMIGA LESVIANA CON LA QUE VIVES EN EL CENTRO. COMANDANTE MATEO Z

Le hice caso a mi miedo. Regresar a mi rancho, enfriarme, salir-me de la jugada, como dicen. El escondite fue el hostal de un amigo. La sala estaba llena de libros. Ahí viven los mejores guardianes, Angas y Mangas, un pastor alemán y un labrador que eran puro amor.

En un mes, el miedo parecía haberse ido. Llamé a la redacción y les avisé que volvería. Antes de partir entré al cibercafé del pueblo para revisar mi correo. Y otra vez, ahí estaban ellos.

"YA SAVEMOS...

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