Anticlericalismo carrancista y exilio católico a Texas, 1914-1919

AutorYolanda Padilla Rangel
Cargo del AutorDoctora en ciencias sociales por El Colegio de Michoacán, profesora e investigadora en el Departamento de Historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes
Páginas449-471
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Mi reino no es de este mundo.
JUAN 18, 36
INTRODUCCIÓN
Durante el gobierno de Porfirio Díaz la jerarquía católica se había
acostumbrado a una cierta protección, de manera que cuando estalló
la revolución mexicana comenzó a buscar –sin éxito– gobernantes que,
por lo menos, no empeoraran la situación y le ofrecieran la posibilidad
de cambiar leyes que no la favorecían. Pero como no encontró tales
gobernantes, y cayendo en la tentación de involucrarse en la política,
decidió alentar por cuenta propia la formación de un partido católi-
co que intentara llegar al gobierno. Partido que fue un producto más
o menos lógico del catolicismo social organizado, que había tenido
como punto de partida la encíclica Rerum Novarum. En el fondo, al
apoyar este partido político, la jerarquía mexicana estaba mostrando
su intransigencia no sólo contra el gobierno liberal sino también con-
tra algo tan abstracto como “el advenimiento del mundo moderno”,
aferrándose a un pasado en el que no había tenido serios problemas
*Doctora en ciencias sociales por El Colegio de Michoacán, profesora e investigadora en el
Departamento de Historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
1Este relato está basado en un trabajo de investigación más amplio titulado, Los desterrados.
El exilio católico en Texas durante el carrancismo, en proceso de publicación por la Universidad
Autónoma de Aguascalientes.
Yolanda Padilla Rangel*
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al decidir para la sociedad mexicana un rumbo que había pretendido,
también, católico.
¿Por qué esa histórica animadversión mutua entre liberales y cató-
licos? No sólo era que el proyecto social de cada grupo era diferente.
En el siglo XIX los liberales también habían acusado a la Iglesia de
pecados tales como concentrar riqueza, involucrarse en política y te-
ner sacerdotes con conductas inmorales. Las críticas liberales muchas
veces habían tenido razón, aunque tampoco habían considerado en
qué utilizaba la Iglesia católica buena parte de su riqueza (escuelas,
hospitales, orfanatos, asilos). Además, algunas críticas liberales qui-
zá tenían el secreto móvil de apoderarse de la riqueza eclesial, pues
mucho la necesitaba el naciente Estado mexicano. Por otra parte, sin
negar los casos de sacerdotes inmorales, los liberales generalizaban
esta inmoralidad a todos los miembros del clero. Pero, para los libe-
rales, el pecado imperdonable de la jerarquía era el de inmiscuirse
en política, el no querer renunciar a definir y dirigir el destino de los
mexicanos. ¿Por qué? Porque consideraban que eso era incumbencia
solamente del Estado secular. Y en la cúpula de este Estado, a la vuelta
del siglo, los liberales se encontraban pasando la estafeta anticlerical
a los revolucionarios.
Durante la revolución mexicana el anticlericalismo más radical
tuvo sus orígenes en la política. A los revolucionarios no les convencía
la participación de los católicos en la organización obrera y campesina,
ni en la educación ni en la prensa ni mucho menos en las decisiones
del gobierno. Y como el catolicismo social buscaba incidir en todo
ello, los ánimos entre revolucionarios y católicos habían comenzado a
caldearse desde fines del porfiriato. Aunque Madero había coqueteado
con el Partido Católico, a la mayoría de los incipientes revolucionarios
no les gustaba para nada la participación de los católicos en política,
ni mucho menos la ayuda (forzada o no) que el obispo Mora y del Río
había dado al usurpador Victoriano Huerta.
Todo se complicó para la jerarquía católica con el golpe de Estado
de Huerta, con el cual había simpatizado y, desde luego, el anticleri-
calismo se había acendrado con el advenimiento de los carrancistas al
poder. El anticlericalismo carrancista asestó fuertes golpes a la jerar-

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