Antecedentes histórico-sociales

AutorAbel Camacho Guerrero
Páginas3-15

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Para comprender la vida y obra de una persona, el investigador ha de asomarse y entrar, hasta donde puede hacerlo, a las esferas de información: antecedentes históricos de la sociedad en que haya actuado, con sentido preferente los que de alguna manera hayan contribuido a través de sus ancestros o de su ambiente, a formar su personalidad, y luego, factores familiares, así como espíritu, circunstancias, necesidades, ideales y luchas del momento en que vivió.

Francisco José Múgica Velázquez, por la fecha en que nació, año de 1884, es, como quiera que se le considere en el tiempo, hijo de las generaciones inmediatas que en batalla constante se enfrentaron a conmociones nacionales de tal magnitud como la lucha de Federalistas y Centralistas, Guerra de Texas, Primera Guerra con Francia, Intervención Norteamericana de 1846-47, Guerra de Reforma y la Invasión Franco-Austriaca, las últimas dos provocadas por el fanatismo religioso e ilegítimos intereses económicos. Por otra parte, él personalmente fue testigo en su juventud de lo que significó para la vida del país el régimen porfirista.

Por razón de plan de trabajo haremos referencia primero a los antecedentes histórico sociales a partir del momento en que culmina con la Independencia de la Nueva España la lucha libertaria 1810.

La nueva nación independiente, México, nació sabiendo que sus héroes fueron objeto de excomunión por considerarlos herejes a su iglesia y a su rey.

España tuvo que aceptar bien pronto los actos consumados, que no fueron otros en sintética expresión, que la independencia de su colonia, y por su parte la Iglesia, aunque en forma muy tardía, buscó reconciliarse con los héroes libertarios que hicieron posible esa independencia al precio de sus vidas.

El año 1811 impuso la liberación política mexicana de la Corona Española, pero dejó subsistir en el país el régimen económico religioso que imperó en los tres siglos coloniales, lo que significó dejar inconclusa la revolución y condenar al México recién independizado a trágica, cruenta y prolongada inestabilidad política, derivada del choque de ancestrales privilegios económicos y necesidades populares no satisfechas, actuando la fatal circunstancia de que en esta lucha encendió un holocausto de odio y rencor que asoló al país de 1821 a 1860 y puso en exhibición

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su incapacidad para gobernarse dentro de bien definidas instituciones republicanas, por no respetar la ley que normaría la vida pública sobre el furioso huracán de odio y sangre en que se convirtió la pugna de irreconciliables grupos étnicos, económicos e ideológicos.

La situación y circunstancia que señalamos propiciaron naturalmente que esa inestabilidad política de México independiente rematara a cada paso en truculentos cambios de persona en los altos puestos, que se efectuaban al fragor de la danza "cuartelera", pródiga en rebeliones, traición y asesinatos, en medio del combate estrepitoso en que se convirtió la lucha de grupos en pelea por el poder, lo que demuestra que si es verdad que la naturaleza no da saltos, la sociedad, para efectuar en su seno cambios y modificaciones, requiere de madurez. Lo cierto es que en nuestro caso el país pagó con dolor y penuria su justificada pretensión de pasar bruscamente, sin preparación cívica, a golpe de lanza, de arcabuz y de espada, de colonia sujeta a remota corona real, al estado de soñada cuanto utópica república federal, y para comprender todo el alcance, intensidad y magnitud de la inestabilidad a que hacemos referencia, basta tener en cuenta que de 1821 a 1857 proliferaron nada menos de doce congresos constituyentes y juntas que tuvieron ese carácter, con otras tantas constituciones generales, Actas, etc., en afán inútil por dominar un partido a otro, cuando uno con sus particulares intereses y cabalgando siempre en una ola púrpura de sangre.

De aquella tenaz y desdichada pelea, centrada en el esfuerzo liberal por acabar con los fueros eclesiásticos-militares y mejorar las condiciones de vida de las clases humildes, quedaron, testigos históricos, el fallido impulso reformista de 1833 iniciado por don Valentín Gómez Farías y el Dr. José María Luis Mora, y la épica Guerra de Tres Años.

El primero de estos dos casos, con el programa reformador de los dos preclaros ciudadanos nombrados, pretendía poner fin a los privilegios del clero, fraccionar latifundios, repartir la riqueza equitativamente, separar la Iglesia del Estado, hacer obligatoria la enseñanza primaria, establecer el juicio por jurados y garantizar la libertad de prensa; pero se ha de recordar que el viento renovador del Dr. Mora y de don Valentín Gómez Farías, se estrelló en el muro conservador que levantó el grito reaccionario: "Religión y fueros".

Hoy se aprecia con claridad en la dilatada llanura del tiempo, después de 151 años, que el Dr. Mora fungió como ideólogo y que Don Valentín, Vicepresidente de la República en funciones de Presidente, fue el brazo político que quiso convertir en vivencia nacional la ideología del primero.

Ante estas dos figuras insignes del primer esfuerzo renovador de México independiente, se erguía, con su clara inteligencia y su conciencia aferrada a lo más conservador de un pasado aún palpitante, don Lucas Alemán.

Los señores José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías fueron el escándalo revolucionario de sus días.

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Lucas Alemán encarnó el espíritu tradicionalista que inútilmente agonizaba por volver a dar vida a los claustros medievales.

La división interior de la Nación a causa de la lucha de los partidos Conservador y Liberal, fue factor principal para que México perdiera, de 1836 a 1848, la mitad de su territorio.

El segundo de los casos enunciados no fue sino angustiosa prolongación del primero con la Constitución de 1857, hija de la Revolución de Ayutla y madre de la Guerra de Tres Años, que operó como vigoroso reactor social contra el absolutismo de Antonio López de Santa Anna, a la vez que fue causa y pretexto para que estallara la lucha armada entre los hombres del bando liberal y las altas jefaturas eclesiásticas, pues que habiéndose integrado el congreso constituyente convocado en 1856 por don Juan Álvarez, casi en su totalidad con liberales "puros", condujo a la causa progresista, con la constitución de 1857, al triunfo jurídico que no aceptó y combatió de inmediato el clero superior, lo mismo en el púlpito, en la prensa, que en los campos de batalla, no sin antes haber intentado paralizar la Reforma por medio de la única voz que a su favor habló en la sesiones de la histórica Asamblea Constituyente, el diputado don Marcelino Castañeda, por cierto simpatizador de don Ignacio Comonfort, quien rápidamente fue silenciado por el verbo razonado y rojo de Francisco Zarco, Ponciano Arriaga, Ignacio Ramírez, José María Mata, León Guzmán y Guillermo Prieto.

Como representantes de los dos cuerpos de ideas e intereses combatientes, tenemos los nombres de Melchor Ocampo y Antonio López de Santa Anna.

Ocampo es la serenidad severa que con decisión quiere reformar la vista de México.

Santa Anna es el saltimbanqui de los partidos y de las ideas según sus momentáneos intereses.

Ocampo es el hombre austero, culto, sociólogo, científico botánico, filósofo y jurista.

Santa Anna es el ampuloso a quien le agrada encabezar sus decretos diciendo: "Antonio López de Santa Anna, Benemérito de la Patria, General de División, Gran Maestro de la Nación y de la Distinguida Orden de Guadalupe, Caballero Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III y Presidente de la República, etc".

Los debates en torno a la constitución general del país de 1857 fueron intensamente apasionados. En el proyecto de esta nueva Carta Magna se propuso la libertad de enseñanza y la tolerancia de cultos, a lo que se opuso con vehemencia el mismo don Marcelino Castañeda y como el clero movió a su favor corporaciones eclesiásticas y civiles, logró que se desechara la libertad de cultos por sesenta y cinco votos en contra y cuarenta y cuatro a su favor, al votarse el artículo 45 que se ocupaba de ella, (la libertad de cultos se consagraría muy pronto en las leyes de...

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