Los años de los episodios increíbles (1855-1861)

AutorJuan Bosch
Páginas627-652
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El tiempo que corre entre junio de 1855, cuando William Walker llegó
por primera vez a Nicaragua a la cabeza de 55 filibusteros, y marzo de
1861, cuando las autoridades domi-nicanas bajaron de las astas la ban-
dera del país e izaron la de España, llena un capítulo que parece arran-
cado de Cien años de soledad, la extraordinaria novela del Caribe que
escribió el colombiano Gabriel García Márquez. Ésos fueron los años
de los episodios increíbles.
Como todo lo que sucede en este mundo de los hombres, los años
de los episodios increíbles no comenzaron en el Caribe en 1855, sino
antes y a mucha distancia; en 1848 y en California. Ese territorio había
sido arrebatado a México en 1846 y en enero de 1848 se descubrieron
allí los fabulosos placeres de oro que hicieron millonarios de la noche
a la ma-ñana a unos cuantos desharrapados. La noticia sacudió a Esta-
dos Unidos en toda su extensión y en el acto comenzó el desfile de
miles y miles de personas que se dirigían a California en carromatos, a
caballo, a pie. Los más desesperados buscaron caminos más rápidos –y
hasta más seguros– para ir de las costas del Atlántico a las del Pacífico,
y comenzaron a hacer la ruta de Tehuantepec, en México, o entrando
por el Desaguadero, en Nicaragua, o cruzando el istmo de Panamá y
hasta pasando por el cabo de Hornos, en el extremo sur de América;
y como los viajeros eran tantos aparecieron inmediatamente los promo-
tores de compañías de transporte que se dispusieron a explotar esas
vías. Así, poco después de haber descubierto los placeres de oro califor-
nianos, el Congreso de Estados Unidos autorizaba la formación de dos
empresas de navegación que debían conectar a Norteamérica con Pana-
Capítulo XXII
Los años de los episodios increíbles (1855-1861)
Juan Bosch
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má; una haría la ruta Nueva Orleans-Puerto de Chagres; otra haría la de
California-Panamá. La primera empezó a operar en diciembre de 1848.
A pesar de que quedó abierta la vía de Panamá, muchos de los que
soñaban hacerse ricos en California preferían hacer el viaje de Nueva
York a Nueva Orleans y San Juan del Norte, y de ahí a San Carlos,
Granada y León para salir al Pacífico por cualquier pequeño puerto
nicaragüense y tomar allí barcos que los llevaran a California. Ya en los
primeros meses de 1849 pasaban grupos compuestos hasta de 700
hombres. Para hacer todo el recorrido a través de Nicaragua usaban
bongos, caballos, asnos, o hacían a pie las partes de tierra. Convencidos
de que el transporte de tanta gente era un negocio de mucho porvenir,
tres norteamericanos organizaron una compañía llamada The Ameri-
can Atlantic and Pacific Ship Canal Company, cuya finalidad, según
decían sus propietarios, era construir en territorio nicaragüense un
canal que comunicara el Caribe con el Pacífico. De esos tres norteame-
ricanos, dos son conocidos sólo en Nicaragua, pero uno lo es en todas
partes, Aquellos se llamaban Joseph L. White y Nathaniel H. Wolf; el
último se llamaba Cornelius Vanderbilt.
El 4 de agosto de 1849, la Atlantic and Pacific Ship Canal Company
obtuvo que el gobierno de Nicaragua le diera la concesión exclusiva
para hacer el canal; el 14 de agosto de 1851 el gobierno firmó con la
Compañía un contrato para “establecer una comunicación interoceáni-
ca” –que ya no era lo mismo que construir el canal–, y en ese contrato
se le concedía un monopolio del tránsito por territorio nicaragüense a
la empresa The Accesory Transit Company, nuevo nombre de la em-
presa Vanderbilt y sus socios. A cambio de ese monopolio, la Compa-
ñía se obligaba a pagar al gobierno de Nicaragua 10,000 dólares al año
y 10 por ciento de sus utilidades.
Llegando por el Caribe, la ruta nicaragüense comenzaba en el
puerto de San Juan del Norte que, como se dijo en el capítulo anterior,
era libre y neutral desde abril de 1849, y en la lengua de los protecto-
res del extraño reino de Mosquitia, se llamaba Greytown. Allí desem-
boca el Desaguadero o o San Juan, que fluye desde el lago de
Nicaragua –llamado a veces de Granada– a lo largo de 195 kilómetros.
Como las bocas del Desaguadero eran parte del puerto, las orillas de
ese río se encontraban dentro de la zona libre, mientras que la ciudad

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