Más allá de la guerra de absolutos

AutorLaurence H. Tribe
Páginas440-459
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X. MÁS ALLÁ DE LA GUERRA
DE ABSOLUTOS
CUALESQUIERA que sean las conciliaciones que puedan lograrse
en la lucha respecto del aborto, ya debería estar claro que el
debate en sí mismo —si uno se permite escuchar de cerca los
argumentos— puede arrojar información valiosa sobre mu-
chas cuestiones en las que uno cree y las razones por las que
cree en ellas.
VER HACIA ADENTRO: QUÉ NOS PUEDEN ENSEÑAR
NUESTRAS OPINIONES SOBRE EL ABORTO
La mayoría de la gente está preocupada por el asunto del abor-
to. Hay algo profundamente engañoso en el hecho de debatir
sobre el tema sólo en términos de conflicto entre los “grupos”
provida y los “grupos” proelección, como si cada uno de nos-
otros pudiera ser etiquetado con precisión como parte de uno
u otro bando. Para casi todas las personas, la última verdad es
que ese conflicto es interno; pocas de las que en realidad se per-
miten sentir todo lo que está en juego en el asunto del aborto
pueden evitar un sentimiento de división interna. Cualquiera
que fuese la “conclusión final” de alguien —ya sea que la de-
cisión debe pertenecerle a la mujer o que hay que impedir que
ella mate al feto—, es difícil no sentir dentro de uno el jalón del
punto de vista opuesto.
Una historia que se comentó en una entrevista periodística
con el doctor Warren Hern, director de la Clínica de Abortos
de Boulder, Colorado, lo demuestra muy bien. El doctor Hern
refiere que llamó a uno de sus amigos más cercanos, un mé-
dico “totalmente proelección” que también había “realizado
abortos”. Cuando le dijo a su amigo que estaba en el trabajo,
en su consultorio, éste le preguntó: “¿Sigues matando bebés a
estas horas de la tarde?” El doctor Hern recuerda: “Fue como
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si me clavaran un cuchillo en las entrañas […] realmente me
afectó. Esto me dice que, sin importar cuán solidaria pueda
ser la gente, sigue habiendo algo monstruoso en lo que yo
hago”.1
Algo parecido al horror deben de sentir quienes se ven
involucrados en el debate del aborto y no están obnubilados
por la realidad de lo que está en juego. Esta sensación debe de
ser un poco menos intensa en los casos de abortos practica-
dos justo al principio del embarazo, cuando un embrión es un
crecimiento multicelular diminuto, indiferenciado a la vista,
sin rasgos humanos distinguibles. Pero sin duda que en algún
momento de la gestación, cuando ya existe un feto con forma
humana reconocible, o uno que podamos imaginar sintiendo
dolor, pocas personas pueden evitar la sensación de la trágica
decisión que representa cada aborto.
Los “absolutos” que se describen en este libro son, por una
parte, el derecho a la vida del feto y, por otra, el derecho a la
libertad de la mujer. Sin embargo, como se ha señalado aquí,
ninguno de tales “absolutos” lo es en verdad. Se aclaró que
cualquiera que sea el derecho de una mujer a elegir un aborto,
tal derecho se vería afectado cuando el feto pudiera salvarse
sin sacrificar la libertad de la mujer de interrumpir su emba-
razo. La mayoría de la gente sentiría, de manera intuitiva, la
fuerza del reclamo de vida de cualquiera de esos fetos.
Pero como también expusimos, ese reclamo de vida a su
vez debe contrarrestar con los males potenciales, aún impreci-
sos pero reales, de las fábricas de fetos operadas por el Estado.
El examen acucioso sobre el origen de nuestro malestar por
esa participación del gobierno en la extracción e incubación
de embriones fecundados indica que el conflicto subyacente
no opondría la vida a la libertad, los no nacidos a sus madres,
tanto como enfrentaría la vida al rechazo a la intrusión guber-
namental en los misterios de la vida, o la vida a la anulación
de la potencial y aberrante intervención del Estado en proce-
sos que según nuestra intuición deberían estar fuera del alcan-
ce del gobierno.
1 Kolata, “Under Pressures and Stigma, More Doctors Shun Abortion”,
New York Times (8 de enero de 1990), p. A1.

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