'Ahí nos vidrios, Felipe'

Ganas de vivir

Lourdes Hernández

Escritora y "cocinera atrevida"

"Si me dieran a elegir, yo elegiría/ este amor con que odio,/ esta esperanza que come panes desesperados".

Juan Gelman, El juego en que andamos

En los últimos meses, hablamos de la muerte, pero sobre todo de la vida. Nos mudamos a la casa de Metitlan en Ahuatepec, Morelos, el 15 de septiembre del año pasado. Felipe murió exactamente ocho meses después, el 15 de mayo, a poco más de un mes de cumplir los 74 años.

Sabía que estaba mal, cada vez que encontraba a Manuel, nuestro médico de cabecera, lo atormentaba preguntándole por qué veía a Felipe consumirse a cada día, si sus exámenes médicos estaban geniales y su capacidad de producción era una locura. Aun así, su muerte me agarró totalmente desprevenida.

Hace casi tres años, en la única consulta que tuvimos con el urólogo que nos iba a explicar su caso, antes de comenzar con la radioterapia, nos dijo desde el otro lado de su escritorio: "Señor Philipp, le tengo una buena noticia: usted no se va a morir de cáncer de próstata. El que usted tiene es pan comido para nosotros, pero el corazón lo va a traicionar si no deja de fumar". "No fumo con el pito, doctor", le respondió Felipe, incólume. El doctor ni se molestó, estaba encantado con la figura de Felipe, sólo dijo, suavizando la voz: "Si se decide, yo le garantizo unos buenos quince años de vida". Últimamente, yo pensaba en cinco.

Cómo me gustaría que él pudiera leer todas las lecturas que sus amigos y conocidos han hecho de él, rostros infinitos, esos vidrios rotos con los que él se describía. Seguro todavía va a dar para mil y una lecturas.

También creo que, desde su regreso a México, perdió su postura idealista y se volvió más iracundo y más bondadoso, en partes iguales, o casi iguales, dependiendo del día.

También coincido con Marçal Aquino: Felipe fue un actor extremo. El mundo, su escenario y para el resto de las cosas el tipo más solitario que conocí. Ayer contaba cómo, picadísimo, leyó atrás de mí los tomos de Millennium de Larsson; una noche se volvió hacia mí y me dijo: "yo tengo lo mismo que Lisbeth: asperger". Me tardé un poco en darme cuenta que hablaba en serio y, me tardé mucho más en pensar que podría ser cierto lo que decía y de ahí su forma tan extraña de ver lo cotidiano y más allá. Existía en él un anacronismo esencial que definió su modo de relacionarse con su entorno. A veces, me irritaba pensar que siempre parecía divagar sobre los acontecimientos, y luego ahí, me sorprendía: su mirada de vidrios rotos nunca entendió de reglas. No tuvo filtros ni ataduras, fue un discrepante (Válgame Dios, debí haber sido su fan y no su esposa). Felipe pagó muchas casetas en esa convergencia en que se debatió entre la invención y los trancazos.

Él hizo de nuestras casas un lugar insólito. Estaba muy orgulloso de que por fin teníamos casa propia. Y no, no tuvo célebres últimas palabras, sé por Manuel -que no se separó de él durante todos los esfuerzos que los cardiólogos hicieron para contenerle el corazón- que antes de sedarlo el doctor Cué, que lo conocía, le habló de tú. Hábleme de usted, le dijo. Y cuando de usted le avisó que iba a entubarlo, él, que siempre gritó a los cuatro vientos que nada de máquinas ni entubamientos, dijo: sí, doctor. Ganas de vivir.

'Eres un neólogo'

Fernando del Paso

Escritor

Conocí a Felipe Ehrenberg en Londres, a principios de los 70, por medio de un amigo en común, Alberto Díaz Lastra. Felipe me pareció un muchacho muy interesante, tendría unos 29 años, pero se veía mucho más joven. Vivía con su primera esposa, Martha Hellón, y sus dos hijos, Matthias y Yael, en una casa de campo en Essex. Yo llevaba poco de haber llegado a Londres, también con mi esposa y tres hijos después de vivir dos años en Iowa. Él era muy carismático, alto, con mucho pelo y su gran bigote muy a la Zapata, hablaba un inglés perfecto. Era un dibujante extraordinario y además de dibujar hacía de todo: performance, libros conceptuales, realizaba grandes caminatas, pasaba todo el día en el Metro grabando conversaciones; en fin, de todo un poco y todo nuevo y yo le puse Neólogo, "Felipe: eres un neólogo", y al parecer esto le gustó. Estando en Londres, Felipe formó parte del movimiento Fluxus, me parece que fue el único mexicano en formar parte de este importante movimiento artístico e hizo unas piezas fantásticas, entre ellas su famosa A date with fate at the Tate, donde llegó con la cabeza cubierta a la Tate e intentó entrar pero no lo dejaron. Felipe grabó toda la conversación que tuvo con el guardia del museo y esa fue su pieza, realmente fascinante.

En aquellos años, nació mi hija Paulina y Felipe un día me dijo: "Fernando, hay que bautizar a esa niña", y a mí me causó cierta gracia dado que todos éramos ateos. Sin embargo, Felipe se lo tomó muy en serio y a las pocas semanas nos fuimos a bautizarla, fue así que nos volvimos compadres.

A mediados de los 70, Felipe se regresó a México y yo me quedé en Europa muchos años más. A partir de allí, la vida nos separó, ya nunca volvimos a ser vecinos. Nos vimos de manera esporádica, pero siempre con el mismo cariño.

En 2015, vi a Felipe por última vez con su compañera de vida: Lourdes Hernández. Comimos las delicias de Lourdes y nos acordamos de viejos tiempos.

¡Felipe, cómo es que te nos fuiste! ¡Ya ni la chingas! Cuando nos conocimos tu eras casi un mocoso. Recuerdo intensamente el viaje que hicimos con LSD, las imágenes que vi entonces despertaron en mí el deseo de pintar y la exaltación que en mí provocaron está aún viva. Te debo a ti el haberme animado a probarlo. Nunca he vuelto a repetir esa experiencia, ni a tomar ninguna droga. Sería como tratar de repetirte a ti, que eres irrepetible, una fuerza de la naturaleza, un huracán de ideas; una fuente inagotable de optimismo y de alegría. Imposible. Uno no puede mirarse al espejo y decir: "Soy Felipe Ehrenberg". Sólo tú tenías derecho a seguir siendo tú mismo. No te digo adiós, te digo: "Ahí nos vidrios".

'Abuelipe'

Sol Henaro

Curadora de acervos documentales

Habrá sido entre el 2001 y el 2002 cuando me enfrenté por primera vez a un archivo de modo directo y sin experiencia; era el archivo de Felipe Ehrenberg en su casa de la Portales. Él no estaba, pero dejó dicho que me abrieran y estuve ahí, sola, revisando materiales. De esa visita obtuve, entre experiencias más productivas, una infección grave en los ojos por el polvo y hongos de algún material. Años más tarde, viajamos Fernando Llanos y yo a Xico para revisar lo que conservaba Felipe de su experiencia veracruzana. En esa ocasión, Felipe ya vivía en Brasil, así que indicó nos recibieran y pasamos el fin de semana fascinados al encuentro de notas y textos del neólogo. Siempre fue generoso. Confió, se abrió, permitió que nos asomáramos cuantas veces quisimos a su mundo, a sus entrañas. No era una persona de secretos. También recuerdo aquel diciembre de 2005 cuando Lourdes (la cocinera atrevida) y él convocaron a una inusitada venta de garaje para vender TODO antes de volver a Brasil; ahí le compré una impresión de calaveras -aquellas tan características de Felipe- que, hoy día, no sé donde quedó...

Mi quehacer profesional ha estado marcado por agentes puntuales, Felipe es sin duda uno de ellos. Siempre estuvo ahí, fue parte de la historia desde que recuerdo. De uno u otro modo, había pasado por donde uno creía que no: el Corno Emplumado, el Salón Independiente, Fluxus, Beau Geste Press, Proceso Pentágono, Simposio de Arte No-Objetual y Arte Urbano, el sismo de 1985, el Arte Correo, la Red Conceptualismos del Sur... Hay muchos artistas de su generación de singular potencia que aportaron y transformaron lenguajes y prácticas; sin embargo, no son tantos los casos de aquellos que, con 73 años, continúen tan activos como lo estuvo él hasta el último momento. Siempre curioso por conocer a otras generaciones, otras voces. Un gran conversador que disfrutaba infinitamente del encuentro con el otro sin importar si era...

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