Adenda: Nosedonde / El casi ciego

AutorAnaité Galeotti
CargoCentro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
Páginas99-103
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D.R. © 2014. Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos. México, D.F. ISSN: 0185-6286.
TRACE 66 (Diciembre 2014): págs. 99-103 www.cemca.org.mx
Nosedonde
El casi ciego
Anaité Galeotti
Centro de Estudios
Mexicanos
y Centroamericanos
Llegó tarde al contacto, corriendo sudorosa, la blusa la
llevaba pegada a la espalda y el sudor se le enfriaba mien-
tras las manos se le humedecían. Ya no estaba Leonardo.
Ya se había ido. Se consoló con que aún le quedaba la
reserva dentro de una hora. Se fue al Portal del Comercio
a babosear un poco haciéndole tiempo. Enfiló hacia el
Pasaje Rubio y se entretuvo viendo las monedas europeas
antiguas que don Tito, un viejo nazi camuflado como
comerciante judío, mostraba como cebo a los transeúntes
para que entraran a su mohoso almacén.
Haciendo tiempo entró a preguntar a una joyería por
el valor de unas arras, aunque nunca había pensado en
casarse por la iglesia, en esos días lo comenzaba a de-
sear, a lucir bonita en un traje de novia, a bailar horas
y horas con Jaime en su fiesta de bodas. Pronto cesó
de pensar en eso porque había visto ya dos veces al
mismo individuo. La estaban siguiendo.
Corrió por la calle de atrás del Portal y se subió rápi-
damente a un bus número uno, llegó contrariada al final
de la ruta, en el Mapa en Relieve, y subió inmediata-
mente al que salía de regreso.
El reloj de Catedral marcaba ya la hora de la reserva y
se dirigió inmediatamente a la cuarta avenida y octava
calle. Mientras hacía como que esperaba un bus en esa
esquina vio como un carro Toyota se acercaba veloz-
mente hacia donde ella estaba. La sorpresa le impidió
moverse, estaba como clavada. Estaba ocurriendo.
Estaba siendo secuestrada para desaparecerla.
Sintió el cuerpo dormido cuando comenzaron a
golpearla, a meterle los dedos en la vagina, a apretarle
NOSEDONDE
los pechos. Sentía que estaba soñando. Sólo la sangre
caliente le indicaba que estaba viva, que seguía viva.
Pronto le costó respirar ya que su nariz hinchada y
sangrante, más la bota de hombre contra su cara se lo
impedía. Apenas le entraba una miseria de aire, apenas
un hilito y de eso dependía su vida.
Al llegar a nosedonde se oyó un chirriar de motor
acompañado de un chirriar de puertas. Un ¡Buenas tar-
des! expresado marcialmente, le indicó donde quedaba
nosedonde. Habían llegado.
Antes de bajarla del vehículo la esposaron y le echa-
ron sobre la cabeza una capucha hedionda. Sólo tenía
libres los pies para que pudiera caminar. Y la empujaban
para que lo hiciera hacia adelante. No sentía el suelo, no
distinguía el tipo de piso, sus pies estaban igualmente
adormecidos. No los reconocía.
Por la blusa rasgada le entraba el aire frío de la tarde.
Sabía que su muerte ya había comenzado. La idea de
cuánto tardaría en hacerse efectiva era lo que más la
torturaba desde ya. Caminaron como quince minutos
por un piso rugoso y disparejo. Alguien la llevaba del
brazo sin impaciencia, lentamente. Se lo agradeció
mentalmente.
Este personaje, sin hablarle, la metió a un lugar cerra-
do, frío, maloliente. El olor a mierda, a orines y a sangre
menstrual era insoportable. Era seguramente una celda,
pensó. Y debe haber compañeras aquí, pensó. Eso la
animó a seguir con vida.
Ahí sentada en el piso frío y sucio repasó los acon-
tecimientos: contacto, reserva, monedas, judío, Portal,
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