Aborto ¿Penalizar o liberalizar?: Choque de absolutos

AutorAdolfo Ruiz Miguel

Enfoque / Especial

Los hechos: una niña de nueve años fue violada mientras sus padres trabajaban. Durante un mes, ella ocultó la agresión. Enfermó y en la consulta los médicos le detectaron además del embarazo, dos enfermedades venéreas. Ella y sus padres, dos campesinos pobres y analfabetas que trabajaban en Costa Rica regresaron a Nicaragua con el problema a cuestas.

Es la historia de "Rosa", que en enero pasado estuvo a punto de ser un conflicto internacional. Sus padres quisieron que abortara, pero el gobierno lo impidió y entonces intervinieron grupos feministas, que intentaron llevarla a Cuba. Incluso, de España les llegó una oferta de una clínica privada.

"Rosa" finalmente abortó en Managua pero ella, su familia y sus tres médicos fueron sometidos a una investigación judicial y la Iglesia Católica los excomulgó. Más de 26 mil activistas a favor de la despenalización del aborto de toda Iberoamérica reclamaron que fuera exonerada.

Difícilmente puede haber un ejemplo más concreto para dimensionar la actualidad del problema y encarar los dilemas éticos y jurídicos que plantea el aborto inducido. Este domingo 28, por décimo tercer año consecutivo, en América Latina se conmemora el "Día por la despenalización del aborto".

Enfoque presenta este conjunto de materiales con los argumentos tanto de quienes están a favor del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, como de los que consideran un crimen la interrupción de un embarazo.

La discusión ética general sobre el aborto, y también la de mayor relevancia personal, gira alrededor de la personalidad del no nacido. Es en ese punto central donde se produce lo que el constitucionalista estadounidense Laurence H. Tribe ha caracterizado eficazmente como un "choque de absolutos":1 de un lado, la creencia en el derecho absoluto a la vida del no nacido y, en consecuencia, la visión del aborto como asesinato de un ser humano inocente, y, de otro lado, la creencia en el derecho ilimitado o absoluto de la mujer a su propio cuerpo y, en consecuencia, la consideración del aborto como éticamente aproblemático.

Una y otra posición son, en sus extremos, inaceptables, pero ambas contienen algo de relevante, éticamente. Explorar uno y otro aspecto es situarse en una posición de diálogo, si bien no necesariamente equidistante, que, más allá de la terminología, viene a coincidir con la posición magistralmente argumentada por Ronald Dworkin en su libro El dominio de la vida.2

En el primer extremo del mencionado choque de absolutos, sostener el derecho a la vida del no nacido como absoluto desde el momento de la concepción resulta irrazonable al menos por tres razones, de las que la primera es, sin lugar a dudas, la fundamental: la no personalidad actual del embrión, la aceptabilidad social generalizada de al menos algunos motivos de aborto y, en fin, la diferente consideración en nuestra cultura del aborto y de la muerte de personas. Veámoslo con algo más de detalle.

En primer lugar, el embrión al menos -y, plausiblemente, el feto hasta el momento de la viabilidad- no es una "persona" propiamente dicha, salvo de manera meramente potencial. La no atribución de personalidad actual al embrión -e incluso al feto- es un criterio adoptado por algunas legislaciones, incluso antiabortistas, como lo prueba la misma regulación civil tradicional en España, para la que "el nacimiento determina la personalidad. [...] Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana y viviere 24 horas enteramente desprendido del seno materno" (artículos 29 y 30 del Código Civil).

Sin embargo, aunque sea indicativo de una consideración cultural netamente diferencial entre el no nacido y los nacidos, el criterio jurídicoprivado -relativo a la personalidad civil- no es necesariamente decisivo desde un punto de vista ético. Desde este punto de vista, la consideración del no nacido como ser humano potencial -en una relación similar a la persona, o ser humano actual, como la que existe entre la bellota y el roble- es la conclusión razonable de una argumentación por exclusión, que rechaza los principales argumentos en favor de la indistinción entre ambos y, por tanto, de la consideración del no nacido como persona en el pleno sentido de la palabra.

¿Cuáles son los argumentos principales para reputar persona al no nacido? Fundamentalmente dos: la creencia religiosa en la animación o aparición del alma humana y el argumento pseudo científico del código genético. Veámoslos.

De un lado, la creencia religiosa de la animación, entendida en el sentido tradicional de que el alma se insufla en el cuerpo en el momento de la concepción, en cuanto creencia religiosa -y, por cierto, en cuanto posterior al dualismo cartesiano entre cuerpo y mente, desconocido por la escolástica católica-, ni en sí misma ni en sus consecuencias puede pretender imponerse como obligatoria universalmente.

Ocurre en ello lo mismo que con las creencias en la resurrección de Cristo, en la verdad de lo enseñado por Mahoma o en la divinidad de todo lo creado, que pueden ser profesadas, pueden ser predicadas, pueden ser acogidas, pero no deben ser impuestas mediante la fuerza ni mediante el derecho a quienes no las aceptan libremente. Quien crea ese tipo de cosas, en una sociedad pluralista no debería considerar apropiado imponer su criterio, aunque, desde luego, tenga todo el derecho a que sus creencias sean respetadas en cuanto se apliquen a su propia conducta, por ejemplo, para garantizar una genuina objeción de conciencia a practicar un aborto.

De otro lado, es falaz la tesis, de sabor naturalista pero en realidad pseudo científica, que pretende derivar la personalidad o "humanidad" del no nacido de la aparición de un nuevo y distinto código genético, esto es, la tesis de que la existencia del código genético en el óvulo recién fecundado hace esencialmente (y, por tanto, moralmente) indistinguible al cigoto y al recién nacido.

En primer término, este argumento incurre en una confusión conceptual por pretender deducir criterios normativos o valorativos a partir de observaciones de hecho, como si el hecho de que algo sea permita deducir que ese algo deba ser o sea bueno que sea, según lo cual la existencia del sida equivaldría a su justificación.

La objeción clave aquí contra el argumento naturalista es que la ética, los criterios morales, que son los que están en juego cuando hablamos de la personalidad humana, no son ni pueden ser meramente una cuestión de hecho o científica, sino de valor, de actitud hacia la realidad, pues la ética nos dice lo que debe ser, no lo que es.

En tal sentido, tener el código genético humano -como lo puede tener un cadáver- no es necesariamente un rasgo que obligue deductivamente a atribuir la personalidad moral, para la que pueden ser relevantes rasgos como la capacidad de consciencia o la capacidad de sentir. Además, ni siquiera los hechos aducidos por la tesis de la continuidad esencial son ciertos en sus propios términos.

No es cierta la presuposición implícita en el argumento del código genético de que la identidad personal esté ya predeterminada en el cigoto. Así lo prueba, sencillamente, la diferencia personal entre gemelos monocigóticos, que, aun poseyendo originariamente un mismo código genético por ser el producto de la unión de un solo óvulo y un solo espermatozoide, se separan en las primeras fases de la gestación y terminan dando lugar a personas, entre otras muchas diferencias, con distintas huellas digitales; y a la inversa, pero probando lo mismo, también ocurre de hecho a veces que, de forma completamente natural, dos óvulos fecundados gemelos terminan combinándose en uno solo, dando lugar a un solo individuo completamente normal.3

La tesis misma de que cualesquiera células con un código genético individualizado y susceptibles de desarrollo humano son una persona con derecho pleno a la vida tiene implicaciones contraintuitivas, tras de los últimos desarrollos de la ingeniería genética. Esta obligaría a gestar y llevar a término a todos los óvulos hoy en día fertilizados para asegurar el éxito de las técnicas de...

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