1 de julio: Más allá de Andrés

AutorFabrizio Mejía Madrid

Hay riqueza ilegítima que gobierna el país -la que proviene de los contratos arreglados, las condonaciones de impuestos a las corporaciones, la falsificación de facturas, pero también de los "recomendados", aquellos que no tienen más talento que extraer la autoestima de su código postal; el éxito medido en que te expidan más amparos que órdenes de aprehensión- y la de un crimen organizado que lo único que lo separa de la anterior es que a su "target" se lo toman con mayor literalidad. En estos dos años se van sumando ilegitimidades geológicas que enlistamos sin ánimo de jerarquizarlas: la del color de piel, que los medios, la publicidad y el mercado laboral no reflejan sino que deslumbran con

L'Oreal (México como el mayor consumidor mundial de tinte rubio); el ningu-neo a las universidades públicas porque no respetan el credo de que los millonarios fueron puestos por Dios en la Tierra para que administraran las afores; el uso de las jerarquías laborales de los hombres para tener sexo; la mujer golpeada, violada, desaparecida o muerta como la parte menos importante de la ecuación patriarcal; el racismo como estructura de poder unívoca que divide las oportunidades laborales y estéticas (todavía no hay alguien a quien, por ser rubio, le hayan negado un crédito o el asilo político); la propensión de los periodistas a publicar la suspicacia porque no supieron averiguar si era verdad; los historiadores que, por 5 millones, te comparan con Mariano Otero; la libertad de expresión que incluye el derecho a la aprobación unánime (ahora es la prensa la que dice: "Ya sé que no aplauden"); y todo lo que se fue dejando en el camino entre el nacionalismo revolucionario, la retórica de "la transición" que hizo posible que derecha e izquierda se elogiaran mutuamente por su valentía "contra el poder" y, al final, el desdén del peñanietismo por el "paisito".

El Estado se desprivatiza. Ya no sirve como conserje de OHL o del Chapo Guz-mán; y el cambio, en muchos casos simbólico y a veces presupuestal, delimita un modelo que descoloca a quienes creyeron que "Por el bien de todos, primero los pobres" era un simple lema publicitario; es decir, que el lopezobradorismo no lo decía en serio. De pronto, el gobierno adelgaza sus gastos -supuesto ideal neoliberal- y los reorienta, como puede, hacia los excluidos de, por lo menos, dos generaciones de mexicanos -en un Estado de bienestar que es, por ahora, de supervivencia-, y esa variación de las coordenadas en lo...

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