Reseñas

Páginas60-64
60 El Mundo del Abogado agosto 2012
Pedro Salazar Ugarte
Crítica de la mano dura.
Cómo enfrentar la violencia
y preservar nuestras libertades
Océano, México, 2012
En su clásica conferencia “La po-
lítica como vocación”, Max We-
ber escribió: “La ética acósmica
nos ordena no resistir el mal con la
fuerza, pero para el político lo que tie-
ne validez es el mandato opuesto: has
de resistir el mal con la fuerza, pues
de lo contrario te haces responsable de
su triunfo”. Hay quienes piensan, sin
embargo, que la violencia puede com-
batirse sin violencia. Pedro Salazar es
uno de ellos. Que él lo afirme, exige
que la comunidad jurídica de México
preste atención: Salazar es, a no du-
darlo, uno de los juristas más lúcidos
del país.
Titulado Crítica de la mano dura y
subtitulado “Cómo enfrentar la vio-
lencia y preservar nuestras liberta-
des”, el más reciente libro de Salazar
está escrito en un tono íntimo, con el
que el autor mezcla sus experiencias
personales con su investigación y su
reflexión. Comienza admitiendo que,
ante la ola de crímenes que vivió de
cerca en Tamaulipas, frente al asesi-
nato de una de sus primas, en algún
momento deseó que policía y fuerzas
armadas pusieran orden de una vez.
“Este libro está motivado por el mie-
do”, confiesa antes de
invitar al lector a un
fascinante recorrido
por la historia, la fi-
losofía y la evolución
de los derechos hu-
manos en México y el
mundo.
Apoyándose lo mis-
mo en María Zambra-
no que en John Rawls,
lo mismo en Dworkin
que en Ignatieff, re-
chaza la lógica de la
excepción —la que
lleva a un gobierno a
echar mano de me-
didas extraordinarias, como la suspen-
sión de los derechos humanos—, una
lógica que sólo se justifica ante epide-
mias o desastres naturales. Pero inclu-
so entonces, recuerda, esta situación
debe ser lo más breve posible. No se
puede vivir en la excepción. Tiene ra-
zón. Guantánamo, Libia, Egipto y Siria,
así como Lincoln y Hitler, le sirven de
ejemplo para señalar lo que se vale y no
se vale en este ámbito.
Hablando de México, subraya: “Cal-
derón puede tener razón en su diag-
nóstico pero, aunque parezca paradó-
jico, le faltan razones para justificar las
medidas excepcionales, implícitas en
su discurso”. Salazar enfrenta a Loc-
ke con Hobbes y a Kelsen con Schmitt,
para concluir que las directrices que la
Corte Interamericana de Derechos Hu-
manos determinó en el caso Radilla y
condujeron a llevar a cabo una de las
más ambiciosas reformas a favor de
los derechos humanos en México, de-
ben significar un punto de partida. Su
apuesta es fortalecer las instituciones;
particularmente, los tribunales, sobre
los cuales diserta con amplitud y los es-
cruta a la luz de los modernos instru-
mentos internacionales.
Los controles a posteriori, afirma
Salazar siguiendo a A. V. Dicey, son
muy eficaces para inhibir futuros abu-
sos. Castigar con eficacia puede re-
sultar la mejor medida para preve-
nir abusos, corrupción y violencia. En
este escenario, los jueces desempe-
ñan un papel primordial. Pero si no se
juzga y castiga a policías y a soldados
que han violado derechos humanos, si
no se juzga y castiga a los criminales,
echar mano de las armas será contra-
producente. El análisis que realiza de
diversos casos judiciales respalda sus
argumentos, a los que apuntala con un
amplio sustento teórico y normativo.
Su exigencia para fortalecer al Poder
Judicial y privilegiar el respeto a los
derechos humanos se antoja incues-
tionable, así como su devoción al Pac-
to de San José.
Pese a lo anterior, Salazar Ugarte pa-
rece ignorar que para que un criminal
comparezca ante el juez a menudo no
se puede evitar la confrontación. En
muchos casos, para llevar ante el tri-
bunal a quienes violan la ley la policía
se ve obligada a recurrir a la fuerza. La
gran bibliografía que existe sobre el
uso legítimo de ésta, así como los pro-
tocolos sobre su uso, al que se ciñen
los países desarrollados, confirma esta
necesidad.
Aun para quienes aborrecemos la
violencia debe quedar claro que ésta
es parte de la vida humana y que mu-
chas de las grandes conquistas por la
igualdad y la libertad fueron resulta-
do de ella. La tolerancia religiosa, la
abolición de la esclavitud y las distin-
tas declaraciones de los derechos hu-
manos se generaron, pésele a quien le
pese, a partir de luchas sangrientas y
espeluznantes confrontaciones.
No quiero pecar de weberista, ni
parecer ajeno a las brillantes resolu-
ciones que han adoptado muchos or-

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