La España de Taifas

AutorFernando Serrano Migallón
Páginas242-259

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VIII. LA ESPAÑA DE TAIFAS

Tranquilo vivía, cultivando mis tierras, cuando se dijo que al rey Fernando se lo llevaban a Francia. Yo quería echarme al campo, porque esta canalla francesa me cargaba […] Vino mayo […] Yo no podía aguantar más, y me pico mostaza en la nariz. Llamé a Juan García y Blas Pe-roles, y les dije: “¿Nos echamos o nos echamos ”. Ellos me contestaron que ya tenían pensado salir a matar franceses; y en efecto, salimos. Éramos tres. Nos pusimos en el camino real […] y allí, a todo correo francés que pasaba le arreglábamos la cuenta. Fue llegando gente, y se formó una partidilla […] La verdad no sé cómo se formó. La partida se hizo ejército, y aquí estamos…

BENITO PÉREZ GALDÓS, Juan Martín el Empecinado

(Episodios Nacionales)

1. LA GUERRA

La Guerra de Independencia de España se inicia como un alzamiento popular difuso contra los ejércitos franceses que ocupan la Península bajo pretexto de un tránsito hacia la frontera de Portugal. Ausentes los reyes, secuestrados en Bayona, puesta al servicio de José Bonaparte la Junta de Gobierno designada por Fernando VI antes de partir, repudiado José I como rey, la Monarquía de España conocía, durante el mes de mayo de 1808, la crisis más profunda de su historia.

Mucho antes de que la Gaceta de Madrid del 20 de mayo comunicara a los españoles las renuncias de Carlos IV y Fernando VII a favor de Napoleón, se habían producido las primeras señales de levantamiento contra el invasor francés. La espontaneidad del levantamiento rompe toda unidad del gobierno, como lo ha expuesto Díez del Corral:

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De una manera sorprendente, todo lo que significa unidad política y centralización desaparece de la vida española. Lo que dejará Fernando VII tras sí, los organismos tradicionales del estado, todo lo que significara ligamen nacional, apenas cuenta. España era un Estado monárquico, “lo stato” del Rey y, desaparecido éste, se desintegra toda su organización política. Lo que sale a flor de agua de repente es esa España de Taifas, que en el fondo estaba siempre amenazando los esfuerzos por la unidad nacional: en vez de Estado, provincias; en vez de gobernadores, alcaldes y juntas; en vez de regimientos, partidas; en vez de generales, guerrilleros. Heroicidad, sí, a raudales y con ímpetu que no admite continencia ni subordinación.1Aparece entonces la España de Taifas”, una España formada por diver-sos reinos y provincias sin unidad entre sí, que han de iniciar, de ese modo, sin mando conjunto dos empresas decisivas: la lucha contra el invasor francés, y la reconstrucción de la Monarquía. Todo ello lo realizarán sin Ejército bajo el mismo mando, y sin el rey; prácticamente desaparecido el Estado, todo será comenzar de nuevo. Lo único que queda es una vaga noción de la existencia de una Constitución histórica y la convicción decidida de no admitir las fuerzas imperiales.

El objeto primero será echar de suelo español al francés. Desde la represión del 2 de mayo en Madrid se había extendido el grito libertario en las ciudades y villas de España. Y este llamado a la rebelión patriótica se producía bajo el recuerdo de circunstancias históricas similares, heroicas, pero antiquísimas, medievales.

La ciudad de Oviedo, con su prestigio antiguo, proveniente de la Reconquista, como sede del Reino hispano-godo y bastión de la cristiandad, sede de la corte de los reyes astures, presume haber sido la primera en pronunciarse contra Napoleón. El 9 de mayo, conocidos los hechos de represión ejercidos por Murat en Madrid:

Sus naturales [de Oviedo] y los de otros puntos del Principado [de Asturias] excitados por aquella noble indignación que sin consultar el peligro obedece sólo las inspiraciones de una alta virtud, sintieron a un mismo tiempo la injusticia de sus ultrajes y el incentivo del valor que los impulsaba a vengarlos. En medio de la más terrible ansiedad, […] el grito de guerra contra el opresor de Europa resuena en todos los ámbitos de la Ciudad: un arrebatado entusiasmo

1 Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, CEC, Madrid, 1984, pp. 488-489.

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exalta los ánimos, y el pueblo fuera de sí sensible a las menguas de la Patria y sintiendo todo el horror que le inspiran sus tiranos, corre despechado a las armas, proclama a Fernando VII, jura la libertad o la muerte, hace pedazos las órdenes del gobierno sometido a la influencia francesa, y se prepara a una defensa que la tímida prudencia gradúa entonces de locura y que el mundo admirado llama después heroísmo.2Se trata de un movimiento espontáneo del pueblo apoyado por los concejos municipales, en los que se hallan representados los principales cuerpos de la ciudad; estimulan y pretenden conducir el levantamiento del pueblo, a la vez que tratan de extender a las provincias vecinas la rebelión. En este llamado se aprecia la disolución de la unidad política, y en cierto modo la necesidad de llamar al esfuerzo conjunto de la provincia, la parcialidad asturiana de la Península:

La Junta [General del Principado de Asturias] auxilió y dirigió estos primeros movimientos de los Ovetenses: propuso armar el resto de la Provincia, invitó las limítrofes a que abrazasen su causa y obtuvo el doble triunfo de darles la primera el impulso y el ejemplo. Tan heroica decisión parecía realmente un delirio del patriotismo y una de aquellas empresas temerarias que apenas se esperan de la desesperación.3Desde luego, no todas las autoridades secundan el movimiento, se encuentran en una situación de fidelidad dividida entre las autoridades fran-cesas que se proclaman legítimas, y el sentimiento patriótico del pueblo. En el caso asturiano, es la Audiencia, el tribunal superior de justicia del principado, el que parece dudar:

Aunque en esta difícil situación los deseos de la Real Audiencia se conformaban con los del pueblo, y como él odiaba el yugo extranjero, de otro modo sin embargo calculaba las consecuencias de su arrojada empresa. Responsable al Gobierno del cumplimiento de las órdenes que le comunicaba y de la tranquilidad del Principado, apreciando a sangre fría los elementos y la extensión de sus fuerzas, tanto más se persuadió de la inutilidad y del peligro de emplearlas,

2 Memoria histórica sobre la Junta General del Principado de Asturias, Artículo VI: “De la Junta General bajo la dinastía de Borbón”, Imprenta del Principado, Oviedo, 1834. Biblioteca Cervantes Virtual.

3 Loc. cit.

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cuanto que en aquella época todavía permanecían sometidas al gobierno de Madrid las provincias confinantes con la nuestra. En tal angustia creyó de su deber asociarse con otras personas para extinguir en su origen el fuego de una revolución que graduaba de temeraria.4Tal actitud, moderada y prudente ante los extraordinarios sucesos, hizo suspender momentáneamente los efectos de la exaltación popular.

Y se entiende, contaba para muchos el temor a las armas francesas, la dependencia material y de mando del gobierno de Madrid, a lo que se suman las expectativas abiertas de los recursos provenientes de Francia. No obstante, hay un ímpetu patriótico:

la aparente tranquilidad que se observó desde el 13 al 25 de Mayo, era como la calma engañosa que suele preceder a las borrascas. En vano se había conseguido cerrar la Universidad; que depusiesen las armas los sublevados del 9; y que la Junta suspendiese sus sesiones. La orden del Gobierno que el Ayuntamiento de Oviedo y el Presidente de la Real Audiencia recibieron para que el Principado mandase sus Diputados a la asamblea de Bayona y la venida del Brigadier Lallave que como Comandante general de la Provincia se suponía encargado de pacificarla y de castigar a los promovedores de su alzamiento, fue una chispa eléctrica que inflamando de nuevo los ánimos, reprodujo la insurrección con más violencia en la noche del 24.5El 25 algunos vocales de la Junta se reunieron para dirigir el movimiento popular: depusieron al Brigadier Lallave, y nombraron al Marqués de Santa Cruz Capitán General de la Provincia, expidiendo órdenes para formar un ejército de 250 hombres, y, de manera decisiva: abrieron los puertos del Principado a los ingleses. Con poderes de la Junta asturiana, final-mente, los señores Andrés Ángel de la Vega y José Queipo de Llano, Vizconde de Matarrosa, partieron en misión diplomática hacia Inglaterra, para solicitar auxilio. El Principado de Asturias trataba de potencia a potencia con la Corona Británica. Iniciaba así la guerra contra Francia.

Al lado de Asturias, igualmente Galicia, Santander, León, Segovia, Valladolid, Cartagena, Murcia, Valencia, Zaragoza, Cataluña, Sevilla, Cádiz, Jaén, Córdoba, Granada, Badajoz, las Baleares y Canarias se levantaron. En estos reinos y provincias, las Juntas locales, acudiendo al pueblo para

4 Loc. cit.

5 Loc. cit.

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legitimar su autoridad, se proclamaron soberanas y, en las ciudades principales (Oviedo, Valladolid, Badajoz, Sevilla, Valencia, Lérida y Zaragoza), además de soberanas fueron supremas.

Y efectivamente, como la Junta de Asturias, fueron soberanas y supremos en tanto que asumieron y ejercieron el derecho de resistencia en nombre del pueblo —o de la nación, utilizando de manera indiferente el sustantivo— haciendo suya además la posibilidad real y efectiva de determinar al enemigo, el Ejército francés, y combatirlo, e incluso firmar alianzas con potencias extranjeras dirigidas a ese fin. No importan en cualquier caso las posibilidades particulares que cada provincia tenía por sí misma para ganar la guerra, los medios técnicos y recursos que pudiera movilizar ni la organización militar de que dispusiera, lo que interesa es que, por decisión propia, se disponen cada una de ellas a combatir al Imperio francés. La atribución del derecho de resistencia no hubiese sido suficiente, sin embargo, sin...

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